Una de las más bonitas iglesias de Madrid.
(Con su escándalo real y todo).
La iglesia del convento de San Plácido es, sin duda, uno de los mas bellos ejemplos del barroco madrileño. En su interior se conservan obras de Claudio Coello, Francisco Rizzi, Manuel Pereira o Gregorio Hernandez.
Construida en 1655 por encargo de D. Jerónimo de Villanueva, para su antigua prometida, es obra del arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás, religioso agustino calzado, autor del tratado de Arte y uso de la arquitectura, si bien parece que el verdadero artífice del templo que se hizo cargo de su construcción, fue su discípulo Juan de Corpa.
El acceso al templo se hace a través de una puerta adintelada, donde podemos ver un relieve de la Anunciación, obra con toda probabilidad del portugués Manuel Pereira, flanqueada por los escudos, de los Villanueva, para una vez en el interior y pese a la escasa luz, disfrutar de esta autentica joya.
La iglesia, tiene planta de cruz latina con nave corta y ancha, con un crucero con chaflanes y cúpula sin tambor, con casquete que cae directamente. El retablo mayor con La Anunciación de Claudio Coello es obra, como los restantes de la iglesia, de los hermanos Pedro y José de la Torre, mientras que en su parte superior vemos el lienzo de La Anunciación, enmarcado por columnas.
Claudio Coello lo pintó a los veinticuatro años basándose en un boceto de Rubens, una magnífica obra de arte de un joven genio, impetuoso y nervioso, lleno de fuego y pasión, un remolino de convulsión emotiva y lírica. Un cuadro bello y armonioso, con una excelente perspectiva aérea en el que se distinguen tres áreas perfectamente diferenciadas.
En el plano central, sobre un estrado la Virgen, con ropajes azules y rosas que, con las manos juntas escucha el anuncio del arcángel San Gabriel; en la parte superior, el Espíritu Santo rodeado entre resplandores y coros de ángeles ilumina la escena principal, bajo la mirada de Dios Padre; en la parte inferior, bajo la Virgen, aparecen los profetas y sibilas que anunciaron el acontecimiento. A ambos lados del retablo, imágenes de San Benito y San Plácido y sobre el retablo, entre nubes, La Inmaculada Concepción de Francisco Rizzi, una obra llena de simbolismo.
La cúpula está decorada con frescos también de Francisco Rizzi. Está dividida en ocho zonas con una decoración vegetal de gran riqueza cromática, en cada uno de las cuales se pueden apreciar las veneras de diferentes Órdenes Militares y en las pechinas, frescos también obra de Francisco Rizzi, representando a las santas Juliana, Hildegarda, Isabel, abadesa y Francisca Romana, todas ellas monjas de la Orden Benedictina. En los nichos de los machones se pueden ver cuatro tallas de los doctores marianos Bernardo, Ildefonso, Anselmo y Ruperto, obras asimismo de Manuel Pereira, de policromía austera y expresividad concentrada. Un artista con una sensibilidad desbordante que supo aportar a sus santos una gran carga psicológica en sus expresiones, recuperando a la vez la belleza de las esculturas griegas. Y sobre ellos, cuatro cobres flamencos con escenas de la Vida de la Virgen, que podrían ser obra de Rubens o de su escuela.
En cuanto a los retablos gemelos situados a ambos lados del crucero, son también obra de los hermanos Pedro y José de la Torre. Presentan un cuerpo principal de columnas con pinturas en los zócalos representando escenas de la Pasión de Cristo y la Renuencia de San Pedro Celestino al Papado y la Misa de San Benito a la muerte de su hermana Santa Escolástica en la parte superior. En los cuadros centrales se nos muestra la Visión de Cristo por Santa Gertrudis en el de la derecha y San Benito y su hermana Santa Escolástica, en el de la izquierda. Pinturas todas ellas, muestra del gran talento de un joven Claudio Coello.
Pero esta auténtica joya del barroco aun nos depara algunas sorpresas más, como la magnífica talla del Cristo Yacente de Gregorio Hernández en el interior de su urna barroca.
También un cuadro de grandes dimensiones de la Virgen con una dama orante, dos cuadros de Miguel Jacinto Meléndez que representan a las Virgenes del Milagro y Atocha, el San Benito de la bóveda de la nave de Francisco Rizzi, la pequeña imagen del Niño Jesús, obra de Martínez Montañés, una de las joyas desconocidas del monasterio, o la copia del Cristo de San Placido que las monjas vendieron a Manuel Godoy o, según cuentan las malas lenguas, fue directamente objeto de la codicia del llamado príncipe de la Paz.
Y para finalizar, la capilla de la Inmaculada, cuyo retablo, también de los hermanos de la Torre, alberga una magnífica talla de la Virgen del siglo XVII, realizada en madera policromada.
Por último señalar que en esta misma iglesia de San Plácido se encontraba también el Cristo Crucificado de Velázquez, pintado, según cuenta la leyenda, por encargo de Felipe IV para expiar su enamoramiento sacrílego de una joven religiosa. Un serena representación de Cristo inerte, clavado a la cruz con cuatro clavos, de bellísimas proporciones.
Su fondo oscuro, casi negro, elimina toda referencia espacial, lo que acentúa la sensación de soledad, silencio y reposo, frente a la idea de sufrimiento habitual de otras obras sobre el mismo tema. Un cuadro que actualmente podemos ver en la sala 63 del Museo del Prado.
¡Un escándalo real!
Mesonero Romanos, cronista de la Villa, nos relata estos hechos basándose en un manuscrito anónimo de la época cuya veracidad el mismo pone en duda.
Parece ser que el rey Felipe IV, su valido, el conde-duque de Olivares y el protonotario de Aragón y ayuda de cámara del Conde, Jerónimo Villanueva que era patrono del convento de San Plácido, se enteraron de que en el convento estaba de religiosa una hermosísima dama, de nombre Margarita y el rey, a quien no se le podía negar nada, quiso verla. Aprovechando que don Jerónimo tenía el paso franco por su condición de protector del convento el rey pasó disfrazado al locutorio, vio a la monja, se enamoró de ella y repitió las visitas nocturnas hasta el punto de planear el rapto de la religiosa a través de un conducto subterráneo que comunicaba la vecina casa del protonotario con la carbonera del convento.
La dama religiosa, puso en conocimiento de la abadesa las sacrílegas intenciones reales y esta, al no poder disuadir a los cómplices de la trama real, ideó una estratagema: dispuso en la celda de la religiosa un catafalco rodeado de velas y en él se introdujo Sor Margarita haciéndose la muerta. D. Jerónimo Villanueva, confuso informó de lo que había visto al rey y a Olivares, cancelando todo el plan. Y añade la leyenda que fue entonces cuando el rey arrepentido encargo a Velázquez su famoso Cristo Crucificado, aunque esto último es más que probable que forme también parte de la leyenda.
El inquisidor, naturalmente, no se lo pensó dos veces. Mientras tanto en Roma el Santo Padre, Urbano VIII, ya estaba al tanto de los hechos y ordenó que se le hiciera llegar a la mayor brevedad el proceso incoado. El Santo Tribunal procedió de forma inmediata a enviar a Roma la causa en una arquilla cerrada y sellada de la que era portador uno de los notarios del tribunal de nombre Alonso Paredes. Enterado Olivares, envió retratos del mensajero al embajador de España en Génova y a los virreyes de Sicilia y Nápoles con el encargo de que donde desembarcare y fuera hallado Alonso paredes, fuera hecho preso y bien custodiado se lo enviasen al virrey de Nápoles para que le encarcelara, enviando presto la arquilla al rey sin abrirla. Y así sucedió, don Alonso desembarcó en Génova e inmediatamente fue arrestado y conducido, a través de Milán, hasta Nápoles donde fue encerrado en un castillo y durante quince años. En cuanto a la arquilla, con los papeles del proceso fue remitida al rey y quemada en presencia del Rey y Olivares en una chimenea de los aposentos privados del monarca en el Real Alcázar madrileño.
Mientras ocurría todo lo anterior D. Jerónimo de Villanueva se encontraba en Toledo, en teoría preso, esperando la pronta solución del asunto. El Papa, harto ya de esperar que la arquilla llegara a Roma, ordenó a D. Diego de Arce y Reinoso, el nuevo Inquisidor general que organizara un simulacro de juicio en el que el Villanueva, habría de ser reprendido “por haber incurrido en casos de irreligión, sacrilegios y supersticiones” para finalmente ser absuelto por la misericordia del Santo Tribunal con la condición “de que por un año ayunase, no entrase en el convento de las monjas ni tuviese comunicación con ninguna y repartiese dos mil ducados de limosna”. Todo se llevó a cabo siguiendo las órdenes del Santo Padre. D. Jerónimo de Villanueva fue repuesto en sus empleos y ni Felipe IV ni el conde-duque de Olivares volvieron jamás a hablar con él de este “real” escándalo. Pero las leyendas pueden ser interminables y ésta aun continúa con una campana en la espadaña del convento, que llamaba lúgubremente a difuntos para advertir a su Católica Majestad recordándole sus pecados. La llamada de difuntos no se volvió a escuchar desde el momento en que fue cierto el fallecimiento de Dª Margarita.
La mayoría de los contenidos y las fotografías de esta entrada, están tomadas de: http://derebusmatritensis.com/2014/07/01/el-convento-de-san-placido-su-iglesia-y-los-escandalosos-sucesos-que-en-el-acontecieron/