Hay una mujer que está en los cuadros de todos ellos. Es la protagonista absoluta de la visión de los artistas que marcarán el siglo, los que cambiarán la historia del arte, de quienes hablarán los manuales y los renglones de las hazañas. La pintura se transforma con una sensibilidad inédita que da por muerta la tradicional manera de acercarse a mirar la realidad y ella está ahí. Siempre está ahí, durante tres décadas, en los retratos dePicasso, en los deGiacometti, en los deDerainy en los deFrancis Bacon. Es Isabel Rawsthome, la pintora que solo existió en los cuadros de ellos.
Giacometti. "Isabel en el estudio".
Isabel nació en 1912, en el East End de Londres, pero se crió en Liverpool y muere en 1971, pocos años después de su amigo Giacometti. La familia se quedó en la ruina tras la temprana muerte de su padre, marinero. Isabel ganó una beca para la escuela de arte de la Royal Academy, pero sólo pudo estar seis meses, así que su formación la remató en el taller del escultor Jacob Epstein, donde se adoraba a Rodin.
Cuando Isabel llegó a París tenía 22 años y no abandonaría la ciudad hasta la entrada de los nazis en la ciudad, seis años después. Fue espía durante la Segunda Guerra Mundialy testigo del Golpe de Estado militar que provocó la Guerra Civil española. Ella estaba allí, en todas las salsas. Escribió una autobiografía que no llegó a publicar nunca (aunque terminó aflorando). Era un intento de rescatarse a sí misma, una manera de dejar huella.
Isabel pintada por Bacon.
Editó la revista Il Mondo Libero. Encontró a Francis Bacon y Lucian Freuden el Reino Unido, en 1944. Compartía trabajo con Dylan Thomas, fue amiga de Ian Fleming. A su vuelta a París, en 1945, volvió a unirse con Giacometti. Vivieron juntos, pero nunca se casaron. Fue amiga de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, y novia de Georges Bataille. Una intensa vida de la que no han quedado más que referencias bibliográficas que en los retratos de sus amigos artistas.
Isabel por el fotografo Nigel Henderson, en Londres.
La obra de Isabel, de carácter expresionista, solo estuvo en poder de su familia y no se hizo una exposición hasta 1997.
Obra de Isabel Rawsthorne, Nureyev y Fonteyn, en la década de los sesenta.
Bailarina pintada por Isabel Rawsthome,
Oleo de Isabel Rawsthome, "Pintando a Margot Fonteyn".
En ella habitaba la magia, interpretaba los estados mentales de forma perfecta, los exponía en los lienzos y luego nos los mostraba. Sus conocimientos en medicina le otorgaban capacidades asombrosas. La medicina, la astronomía y el misticismo son algunos referentes que empañan su obra, donde documenta los estados mentales.
Mujer de procedencia española, hermosa. Que se comunicaba con los felinos.
Estuvo siempre fuertemente relacionada con los movimientos de vanguardia. Fue una de las principales exponentes del “surrealismo mexicano tardío” junto con Frida Kahlo y Leonora Carrington, a quien conoció en México y cuyo fuerte ascendiente artístico fue definitivo en la concepción estética de su obra.
Sus cuadros plantean preguntas que no tienen una respuesta específica, debido principalmente a lo familiares que le resultan al espectador, sobre todo debido a los elementos oníricos que componen cada pintura.
La belleza en la obra de Varo comprende una amplia gama de elementos fantásticos, pero que a la vez también remiten a cierta tristeza e incluso a sensaciones sombrías, a pesar de no ser precisamente intimidantes. No obstante hay asomos poéticos que salen a relucir por medio de sus imágenes.
El Deseo, 1935
Desde pequeña, sintió la gran necesidad de expresarse para reflejar el mundo que la rodeaba, creando así un cosmos pictórico lleno de imaginación y poesía. Su padre, ingeniero hidráulico y libre pensador, fue quién introdujo a Remedios al mundo de la pintura. Desde muy pequeña aprendió a utilizar los instrumentos de su padre, dando muestras de su dominio en la perspectiva y el dibujo. Por motivación de su padre, ingresa a la Academia de San Fernando de Madrid a los 15 años (1924), convirtiéndose así en una de las primeras mujeres estudiantes. Al terminar sus estudios, en 1930, se casa con Gerardo Lizarrageside y deciden residir en Paris por un año, y al regreso (1932), se establecen en Barcelona, donde trabajan realizando dibujos publicitarios.
Ojos sobre la mesa, 1935
Gruta mágica, 1942
Vida extraña, 1945
Icono, 1945
Angustia, 1947
En 1935 Remedios Varo se separa de Gerardo y conoce a Esteban Francés, quien la introdujo al círculo de surrealistas formado por André Breton; al relacionarse con ellos integra el grupo Lógicofobista, es decir "opuestos a la lógica" que intentaba la representación externa de los estados internos del alma humana.
De profundo espíritu pacifista, opta por el lado republicano; el poeta Péret se presenta en su casa para ayudar a los antifascistas, se enamora de ella y se instalan en París en 1937, permaneciendo ahí hasta la invasión nazi.
Alegoría del invierno, 1948
Cambio de tiempo, 1948
Valle de la Luna, 1950
Jardín del amor, 1951
Premonición, 1953
Revelación o El relojero, 1955
El flautista (1955) contrapone una vez más dos elementos que simbolizan la antítesis entre lo trascendental y lo efímero: la torre que se desmorona y la presencia del músico imperturbable.
Simpatía, 1955
En 1941 Varo y Péret llegan a México ayudados por Varian Fry, un americano. Gracias a la política de Cárdenas los refugiados recibieron inmediatamente asilo y permiso para laborar. Remedios, para ganarse la vida, realizo toda clase de trabajos artesanales.
En 1955 presenta su primera exposición colectiva en la Galería Diana presentando cuatro cuadros: Roulotte, Simpatía, El alquimista y Música Solar. Al año siguiente presenta su primera exposición individual en la cual logra reunir diez y seis cuadros para su segunda exposición individual en la Galería Juan Martín en el año 1962.
Armonía, 1956
Cazadora de astros, 1956
Vuelo mágico, 1956
Tres destinos, 1956
Taller para damas, 1957
El pobre, 1958
El rico, 1958
El rey, 1958
Encuentro, 1959
Exploración de las fuentes del río Orinoco, 1959
"Apártalos que voy de paso". 1959
Remedios Varo muere de un paro cardíaco el 8 de Octubre de 1963, en México. En 1964, es objeto de un homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes, en el cual recibe más de 50 mil visitantes. Posteriormente, dos exposiciones individuales, una en 1971 y otra en 1983, se llevan a cabo en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México.
Remedios Varo era una figura del primer orden de surrealistas.
Ella rechazaba representaciones de la mujer impuesta por los hombres del movimiento surrealista, como Dalí y Bellmer, porque representaban la mujer como un objeto de deseo de los hombres.
Ella pintaba la mujer en la perspectiva de su propia experiencia.
Ramo floral con pájaros, 1960
Ascensión al monte análogo, 1960
Retrato de Juan Martín, 1960
Bordando el manto terrestre, 1961
Planta insúmisa, 1961
Banqueros en acción, 1962
As del volante, 1962
Arquitectura vegetal, 1962
Aurora, 1962
Tránsito en espiral, 1962
Los amantes, 1963
Naturaleza muerta resucitando, 1963
Locomoción acuática, 1963
En sus pinturas no hay representaciones fálicas e imágenes de alucinación que estaban presente en las obras de los hombres del movimiento surrealista. Varo pone énfasis en las fuentes de la realidad y de los sueños, del consciente y del inconsciente, del pasado y del presente. Estamos en un viaje hacia el interior de la conciencia femenina cuando miramos sus obras.
Eugène Boudin, Playa de Trouville, National Gallery of Art, Washington DC, 1864-65
Monet/Boudin es la primera ocasión de descubrir a través de una exposición monográfica la relación entre el gran pintor impresionista Claude Monet (París, 1840 – Giverny, 1926) y su maestro Eugène Boudin (Honfleur, 1824 – Deauville, 1898), representante destacado de la pintura al aire libre francesa de mediados del siglo XIX. La presentación conjunta de su obra persigue no solo arrojar luz sobre el periodo de aprendizaje de Monet, sino también sobre el conjunto de las carreras de ambos artistas y sobre los orígenes mismos del movimiento impresionista.
Comisariada por Juan Ángel López-Manzanares, conservador del Museo Thyssen, la exposición reúne en torno a un centenar de obras de los dos pintores, y muestra cómo el magisterio inicial de Boudin se tornó al final de su carrera en profunda admiración hacia la audacia de su discípulo, que a veces hizo suya. Entre sus intereses artísticos comunes, la exposición enfatiza su mutua atracción por la iconografía de la vida moderna –plasmada en escenas de veraneantes en la playa de Trouville-, por los efectos cambiantes de la luz –que protagonizaron la mayor parte de los pasteles y óleos de ambos pintores– y, finalmente, por la naturaleza semisalvaje de los acantilados de las costas de Bretaña y Normandía.
Eugène Boudin, Playa de Trouville, National Gallery of Art, Washington DC, 1864-65
Figuras en la playa, Museum of Fine Arts, Boston, 1893
Boudin creó un género de marinas, en el que además de la playa, se representaba toda una sociedad que acudía en verano a aquellos lugares especiales, las playas de Trouville y Deauville, además con un angulo de paisaje y muy novedoso.
El artista empieza a pintar las playas de Trouville hacia 1860 e irá desarrollando el tema por etapas a lo largo de toda su carrera. Para muchos aficionados al arte, Boudin sigue siendo el pintor de las playas. Sin embargo, de los aproximadamente 4.500 cuadros suyos catalogados hasta la fecha, sólo el 8% plasma «las playas con miriñaques». La fase de trabajo más fructífera sobre este tema se sitúa entre 1860 y 1871. En aquella época pinta el ochenta por ciento de las playas sobre tabla y los formatos que utiliza más frecuentemente son el 5, el 6, el 8 o el 10 de «marina», y muy raramente grandes formatos. El cuadro de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza pertenece a esta categoría predominante: es aproximadamente un formato 8 de «marina» sobre tabla. Boudin concedía gran importancia a la calidad de este soporte. En 1894 escribe: «Creo que voy a volver a la caoba, la única madera estable además del roble viejo. Lo malo es que pesa mucho. Y además presenta otro inconveniente: ennegrece incluso a través de la imprimación si ésta no es densa y de varias capas». Boudin retoma los temas de playas a mediados de la década de 1870 y hacia 1880-1886. ...
A partir de 1863, cambia de emplazamiento y elige Trouville como lugar de veraneo. Se encuentraentonces a pie de obra para pintar sus playas. Cuando empieza a dedicarse a este tema, suele componer la vista de la playa con un ángulo muy abierto, utilizando los elementos del paisaje para enmarcar la escena: las residencias de la costa, el hotel de Roches Noires, las casetas, los caballos que arrastran las cabinas. Las obras, a menudo anecdóticas, constituyen un testimonio de su época. Poco a poco, el tema se transforma y la composición «clásica» de sus obras empieza a presentar una división del espacio en franjas horizontales paralelas a la orilla y al lienzo. La playa de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza es buen ejemplo de ello. El cielo ocupa dos tercios de la composición. Se ve denso y cargado de colores, iluminado por el sol poniente. La mayoría de las figuras están de espaldas al espectador (presentación bastante novedosa en pintura), dispuestas en una franja uniforme. Para evitar la monotonía, algunos veraneantes (sin rostro) nos miran y una mujer, sentada algo apartada del grupo, marca el primer término de la composición. Boudin complementa hábilmente este conjunto de personajes que se cierra sobre sí mismo con una escena anecdótica compuesta por un caballo y algunos pescadores tirando de una barca.
El pintor reparte con maestría por la superficie del lienzo toques cromáticos más vivos que se equilibran para realzar los negros y los ocres: bermellón, amarillo, azul y destellos de blanco. El cielo, compuesto con empastes de acentuada luminosidad, es en realidad el verdadero protagonista de esta obra. Los veraneantes instalados en la playa denotan cierta rigidez, pero la belleza del celaje y el fulgor argénteo de la barca que los pescadores arrastran hasta la playa confieren a esta obra una poesía y un resplandor intemporales....
La obra de Eusebio Sempere en el Museo Reina Sofía.
Hasta el 17 de septiembre
El Museo Reina Sofía presenta una retrospectiva de Eusebio Sempere (Onil, Alicante, 1923-1985), una de las figuras más significativas del arte español del siglo XX, que comparte escenarios e ideas del arte cinético y se caracteriza por una poética basada en la luz y el color; como escribió el crítico de arte y ensayista Vicente Aguilera Cerni, el suyo: “es un arte a la vez concreto, poético, lógico e incluso, urbanístico”. La muestra reúne alrededor de 170 obras: acuarelas, gouaches, relieves luminosos, collages, pinturas, móviles, esculturas y proyectos interdisciplinares, además de un apartado documental que abarca desde 1949 a principios de la década de 1980.
En la trayectoria artística de Sempere su larga estancia en París durante la década de los cincuenta marca un punto de inflexión. Allí participa en varias ediciones del Salon des réalités nouvelles, donde en el verano de 1955 expone sus relieves luminosos móviles y un manifiesto en el que se refiere a la luz como el elemento con el que construir un diálogo poético a través del tiempo. El mismo año de la presentación de estas obras claramente cinéticas, había tenido lugar la exposición Le mouvement en la galería Denise René, considerada el origen del arte óptico y cinético. Su progresivo interés por el arte de vanguardia en España y las dificultades de la vida en París, llevan a Sempere a instalarse en Madrid en enero de 1960, en pleno auge del informalismo. Como integrante del Grupo Parpalló expone ese año en la Primera exposición conjunta de arte normativo español y tiene en el mencionado Aguilera Cerni uno de sus primeros apoyos; participa también en la XXX Bienal de Venecia (1960) y en la VI Bienal de São Paulo (1961); en 1963, con una beca de la Fundación Ford, viaja por Estados Unidos, exponiendo en 1964 y 1966 en la galería Bertha Schaefer de Nueva York. Durante esos años, la Galería Juana Mordó le representa y le dedica una muestra retrospectiva en 1965; Fernando Zóbel le incluye en la inauguración del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, en 1966.
Esta exposición comienza con un conjunto de acuarelas abstractas relacionadas con la obra de Vassili Kandinsky y Paul Klee, que dan paso a una amplia representación de los gouaches realizados en París, obras geométricas de expresividad contenida en el trazo y una especial sensibilidad por la luz y el espacio; junto con una selección de los relieves luminosos en los que empezó a trabajar en 1955.
Más adelante, se atiende a los diferentes intereses que centran el trabajo de Sempere desde su regreso a España a través de una selección de pinturas al gouache sobre tabla y papel, collages realizados con cartulinas y escultura en metal, desarrollada desde mediados de los años sesenta. Asimismo, se muestran sus trabajos interdisciplinares, como Proyecto de música electrónica (1967), que realiza con el grupo ALEA de Luis de Pablo; los seminarios de Análisis y Generación Automática de Formas Plásticas del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid, entre 1969 y 1972; las exposiciones Antes del Arte. Experiencias ópticas perceptivas estructurales, que organiza Aguilera Cerni en Valencia y Madrid en 1968, y Proyecto IBM, planteado como una escultura de arte total, en colaboración con Cristóbal Halffter y Julio Campal
En el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Museo de Conde Duque: Madrid, musa de las artes.
Comisariada por Javier Pérez Segura, en esta exposición aparece la cuidad de Madrid como símbolo e inspiración de los artistas a lo largo del siglo XX.
Madrid, es musa de las artes en múltiples expresiones de pintura, fotografía, dibujo y escultura; epicentro de culturas nuevas e ideologías revolucionarias; urbe interactiva, inspiradora y propicia para el intercambio cultural y el asociacionismo artístico.
Nos adentramos en un Madrid de principios de siglo que plásticamente va transcendiendo el simbolismo y modernismo propios del 98 para comenzar a crear en clave ultraísta y surrealista. Subyace la proclama futurista Españoles! Españoles!...Levantaos! que Gómez de la Serna publica en 1910 en su revista “Prometeo”.
Una urbe que en los años treinta evoluciona cosmopolita, gracias a un importante crecimiento demográfico, una nueva infraestructura urbanística y una moderna arquitectura: aires frescos y el eco de las corrientes de moda, periodismo, comercio y publicidad imperantes en otras ciudades de Europa; y una mujer que despierta a la libertad, la vocación y la creatividad.
En mitad de este amplio contexto plástico una serie de artistas que más allá del deleite visual deciden comprometerse con la realidad política y social: tiempo ahora para la concienciación y la denuncia.
También una ciudad atravesada por la guerra. El cartel es una de las manifestaciones plásticas más importantes de este periodo en el campo de la propaganda como testimonio de la evolución de la guerra.
En resumen, una fuente de inspiración para muchos de los artistas del siglo XX.
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Cosmos en la Biblioteca Nacional
Hasta el 9 de septiembre
Es está una interesante exposición en la que el cosmos se revela como un todo dotado de la armoniosa belleza de lo creado: lo que es, lo que fue y lo que será alguna vez (Carl Sagan).
Fueron los griegos los primeros en utilizar el término ‘cosmos’ (kosmos) para describir una totalidad ordenada, donde cada parte ocupaba un lugar en el universo. Y a esa totalidad la llamaron orden, armonía, es decir, cosmos, un todo dotado de la armoniosa belleza de lo ordenado. Con una visión sobre el contenido del Universo y los sistemas científicos elaborados a lo largo de la historia para conocerlo y comprenderlo se presenta la exposición COSMOS en la BNE comisariada por Don José Manuel Sánchez Ron y constituída por algo más de 200 piezas, entre las que figuran las obras más destacadas de la historia de la ciencia (Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, Copérnico, Vesalio, Kepler, Galileo, Newton, Lyell, Darwin, Maxwell…), en su mayoría, primeras ediciones.
“La diferencia fundamental entre el lenguaje propio de los humanos y las formas de comunicación de otras especies reside en el contenido cognoscitivo y no solamente emotivo de aquél, resultado del desarrollo de las circunvoluciones que regulan la vocalización y la elaboración de la información recibida a través de los aferentes visuales y auditivos, así como de otros sistemas sensoriales”. Rita Levi Montalcini (1988).
Caben destacar los Cuadernos de Leonardo, los cuadros del Museo del Prado, el gran tapiz, “Hércules sostiene la esfera terrestre”, manufactura bruselense, de Patrimonio Nacional, la fenomenal maqueta del Telescopio Herschel que Carlos III encargó para el Observatorio Astronómico de Madrid, el “Arca matemática”, un arcón de instrumentos matemáticos de Carlos II (1675), dos esferas armilares, una geocéntrica y otra heliocéntrica, las maquetas de barcos del Museo Naval y las de aviones del Museo de Aeronáutica y Astronáutica, el modelo (de gran dimensión) de la máquina de vapor "Lady Pamela", los bellísimos mapas antiguos o los ejemplares botánicos y zoológicos del Jardín Botánico y el Museo de Ciencias Naturales.
“Cosmos” trata de presentar la Naturaleza a través de cuatro grandes apartados: “Universo”, “Tierra”, “Vida: Flora y fauna” (incluyendo “Homínidos y homo sapiens”) junto a los productos más distinguidos de la acción humana para comprender y dominar esa Naturaleza, “Ciencia y Tecnología”, con el claro propósito de educar en el conocimiento científico de la Naturaleza, del Cosmos.
La exposición parte del concepto de Universo y la creación del mundo, la medida del tiempo y la Astronomía como ciencia de contemplación del espacio, a través de personajes como Aristóteles o Copérnico e inventos como el telescopio. Le sigue la Tabla de Elementos como símbolo de la tierra, la circundan cuatro proyecciones TIERRA, AGUA, FUEGO y AIRE, los cuatro elementos del mundo clásico que se reflejan en los 118 actuales. Suena el agua como símbolo de VIDA.
“Nuestro mundo se está desmoronando en silencio. La civilización humana ha reducido las plantas – una forma de vida de 400 millones de años – a tres cosas: alimento, medicina y madera”. Hope Jahren (2016).
VIDA sobre la tierra, la Botánica, la Zoología, cómo el hombre a través de grandes expediciones conoce su planeta, cómo este es estudiado por Humboldt en sus imágenes del Chimborazo, Cartas de Navegación, láminas de Mutis, de animales, Darwin y sus discípulos, hasta el comienzo del mundo tecnológico de Volta al electromagnetismo.
Acaba la exposición de nuevo en el infinito del COSMOS, desde Arquímedes a Leonardo, el vuelo y los viajes espaciales como un guiño al futuro representado por una maqueta del cohete “Ariane 2”, de la familia de lanzaderas proyectada por ESA, y otra de la sonda “Viking” utilizada en la exploración de Marte, en definitiva, un mundo inabarcable y en el que todavía queda mucho por explorar y conocer.
http://www.bne.es/es/Actividades/Exposiciones/
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En el MUSEO REINA SOFÍA: Colección Cubista de Telefónica.
Juan Gris, Botella y frutero
En junio de 2016, la Fundación Telefónica firmó un convenio por el que depositaba en el Museo Reina Sofía, por un periodo renovable de cinco años, su Colección Cubista -uno de los núcleos de mayor relevancia de la Colección de arte de Telefónica-, compuesta por cerca de 40 obras fechadas entre 1912 y 1933.
Además de por su calidad intrínseca, la importancia del depósito reside también en la incorporación de trabajos de artistas que no estaban representados en la colección del Museo y de obras de gran valor para uno de sus núcleos clave: la experiencia de la modernidad en Latinoamérica.
Fruto del citado acuerdo, el público puede contemplar en Colección Telefónica. Cubismo(s) y experiencias de la modernidad una selección de más de 70 obras procedentes de los fondos cubistas de las colecciones de la Fundación Telefónica y del Museo Reina Sofía que ponen de manifiesto la gran pluralidad de propuestas creativas que generó esta corriente artística y que dan pie a una lectura más amplia sobre ella.
Las obras datan tanto de los años centrales de este movimiento como de experiencias de décadas posteriores (1912 -1933) y fueron creadas por, entre otros muchos autores, Juan Gris, Pablo Picasso, Georges Braque, María Blanchard, André Lhote, Albert Gleizes, Metzinger, Vicente Huidobro o Joaquín Torres-García.
Obra de Marie Blanchard
Según el comisario Eugenio Carmona, “la reunión de la Colección Cubista de Telefónica con fondos cubistas del Museo Reina Sofía es una propuesta en favor de la concepción plural de la experiencia cubista. Pero en el momento presente, la reconsideración de la experiencia cubista atendiendo a las formulaciones de Juan Gris es no solo lícita y posible, sino que es, además, deseable, pues contiene en sí misma la complejidad de lo que el cubismo realmente fue”.
La guitarra sobre la mesa, de Juan Gris
El cubismo fue una corriente con una pluralidad de propuestas que dan pie a una lectura más amplia sobre ella. Sobre esta premisa se erige la exposición que le dedica el Museo Reina Sofía con los fondos de la Colección Cubista de la Fundación Telefónica. El conjunto de cerca de 40 obras, cedidas en comodato por 5 años renovables, está fechado entre 1912 y 1933 y se completa con obras de la colección de la pinacoteca.Cubismo(s) y experiencias de la modernidad permite profundizar en el nacimiento y desarrollo de este movimiento desde sus estadios fundacionales, cuandoPablo PicassoyGeorges Braquetrabajaron de forma conjunta desde el primitivismo y el posfauvismo cézanniano y cuando desarrollaron el cubismo como 'lenguaje' planteando invenciones iconográficas y técnicas.
Una obra de Auguste HerbinU.
El director del Reina Sofía ha incidido en que tradicionalmente se habla de cubismo en singular y se trata con una visión lineal "como si los artistas no hubiesen tenido dudas y como si fuera solamente cosa de Braque y Picasso, pero aquí se ve que es plural y que es un cambio de paradigma". En la muestra se recuperan figuras como Albert Gleizes, Jean Metzinger y el primer Auguste Herbin, cuyas aportaciones entre los años 1909 y 1915, significaron el tránsito de la herencia del simbolismo final a un nuevo sistema figurativo basado en el predominio de la forma y en la articulación dinámica de facetas y figuras. Con ello querían expresar la vivencia incesante de lo cotidiano y la relación "unánime" entre sujeto y mundo. Otros artistas representados en la exposición dan cuenta de cómo el cubismo supo dar origen a otros ismos que, aun dejando de ser cubismo, mantenían su impronta. Conocidas son las evoluciones planteadas por Fernand Léger y por Robert y Sonia Delaunay, que trazaron un recorrido semejante entre las posibilidades del cubismo y las sugerencias de la 'vida moderna'.
Bodegón cubista de Dalí.
www.fundaciontelefonica.es
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En el Museo Reina Sofía de Madrid
Hasta el 7 de mayo.
La muestra, "Pessoa. Todo arte es una forma de literatura", toma su título de una de las citas utilizadas por el genio luso a través de uno de sus múltiples heterónimos, Álvaro de Campos.
Recoge no solo poemas, sino también cuadros y revistas de la época del autor.
Para la exposición se han traído más de 50 obras de la Fundación Calouste Gulbenkian, en una coproducción realizada por las instituciones españolas y portuguesas:
"Tienen una figura que no tiene ningún otro país, que es Pessoa. Pessoa con su idea de los heterónimos, con su idea de la alteridad, Pessoa con la idea de la divergencia, con la idea de que se tiene que romper con la idea centro-periferia y que todo arte debe ser distinto", explicaba el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Ville.
Paulismo, Interseccionismo o Sensacionismo son algunos de los términos acuñados por el poeta en sus numerosos textos y que vertebran la especificidad de la modernidad portuguesa y la vanguardia personal a la que se adscribe nuestro autor.
Esta exposición recurre a esos ismos para articular un relato visual de esta escena lusa, reuniendo para ello una selección de obras de José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso, Eduardo Viana, Sarah Affonso o Júlio, entre otros, relacionadas con las principales corrientes estéticas portuguesas desde comienzos del siglo XX hasta 1935. Dichas corrientes acusaron la inevitable influencia de las tendencias europeas dominantes, pero trataron sin embargo de distanciarse de ellas. Distintos escritos de Pessoa dan cuenta del lugar particular de estos ismos de su cosecha, así como de su carácter distintivo dentro del contexto europeo con alusiones explícitas, por ejemplo, a las diferencias entre el Futurismo y el Interseccionismo. Por otro lado, varias de estas obras reflejan un gusto por lo popular y la idiosincrasia lusa que aparece tanto en el trabajo de los artistas portugueses que viajaron a París, como en el de los extranjeros que decidieron pasar una temporada en tierras portuguesas, caso de Sonia y Robert Delaunay.
La muestra dedica también una especial atención a las revistas publicadas durante este periodo, comoA Águia,Orpheu,K4 O Quadrado Azul,Portugal Futurista o presença, en las que aparecieron algunos de los textos de Pessoa y que actuaron como caja de resonancia de estas ideas de vanguardia, ejerciendo una gran influencia estética e ideológica en la intelectualidad portuguesa de la primera mitad del siglo XX.
El Museo Sorolla y el Museo Thyssen-Bornemisza organizan conjuntamente una exposición dedicada a la presencia de la moda en la obra de Joaquín Sorolla que tendrá lugar, simultáneamente, en ambas sedes.
Gran amante de la moda, Sorolla es el cronista perfecto de los cambios en las tendencias y estilo de la indumentaria de finales del siglo XIX y principios del XX: Sus cuadros reúnen un evocador catálogo de vestidos, joyas y complementos realzados por su trazo suelto y vigoroso.
La muestra reunirá en torno a setenta pinturas, procedentes de museos y colecciones privadas nacionales e internacionales y algunas de ellas nunca expuestas públicamente, junto a una selección de complementos y vestidos de la época.
Las obras de la exposición son un evocador catálogo de vestidos, joyas y complementos de un momento de nuestra historia, realzados por el trazo suelto y vigoroso de Sorolla. La muestra prestará especial atención a los magníficos retratos femeninos que el pintor realizó entre los años 1890 y 1920.
Warhol. El Arte mecánico es el título de la exposición, para la que se se han seleccionado obras y documentación variada que sirven de ejemplo a los momentos centrales de tres décadas de actividad creadora del artista, que empezó siendo un joven diseñador gráfico, durante la década de los 50, y llegó a ser una figura mundial de arte pop, mito icónico de los ochenta.
Su autorepresenetación se convierte, en la exposición, en una pieza más e importante de su repertorio artístico: una construcción elaborada, posiblemente la más misteriosa y enigmática, por ser tan diferente la que exponía públicamente de la real. ¿Dónde radicaba su verdadera personalidad, su verdadera creencia?
Las propuestas creativas de Warhol expresan una visión mundo que no se conocían hasta ese momento: La individualidad, como fórmula de vida moderna, implicaba la imposición social de cierta frialdad frente a lo personal y de una objetividad asociada al distanciamiento de una forma de vida que exige sumisión al orden establecido.
Pero al mismo tiempo, y paradógicamente, esta nueva forma de ver la realidad, lleva la artista a interpretar el mundo haciendo caso a su impulso personal. Reclamando prioridad para la visión y la emoción propias.
Como Breton o Dalí en la década de los 30, Warhol añadirá a las listas de nuevas herramientas creativas, el fotomatón y la máquina fotográfica; además de usar el proyector de dipositivas, la cámara cinematográfica, la polaroid... Llega incluso a experimentar con los pioneros ordenadores Commodore.
En 1974, para una exposición celebrada en París, Warhol seleccionó una única imagen de lider comunista chino, Mao Zedong, partiendo de la visita de Nixon a China (1972). Colgó docenas de pinturas de diversos tamaños, sobre un papel pintado con el retrato repetido de Mao. Como vemos, el artista aplica toques cosméticos en los labios, en la mejillas y en los párpados, quizás caricaturizando la propaganda política y neutralizando el tono de fuerza masculina, en una parodia política, en la que Mao forma parte de la libertad artística, y el espíritu de los valores estadounidenses.
Quizá, la búsqueda de la originalidad diferenciadora se encuentra, en el caso de este artista, en la labor de perpetua y rutinaria creación del mundo que le rodea: latas de sopa, animales, cajas de jabón, personajes controvertidos... tratados con la frialdad de la últimas técnicas mecánicas.
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Desde el 1 de febrero y hasta el 6 de mayo,
en laFundación MAPFRE Recoletos se presenta una exposición que explora la amistad de tres grandes artistas del siglo XX:
André Derain (1880-1954), Balthus (Balthasar Klossowski) (1908-2001) y Alberto Giacometti(1901-1966).
Las miradas de estos tres artistas, nunca antes confrontadas, coinciden en la misma exigencia de lo que debe ser la obra de arte. Mucho más allá de la admiración mutua y el sincero afecto que les unieron durante toda su vida, la profunda comunidad estética que existe entre ellos es el hilo conductor de la exposición.
Bodegón de Derain, La mesa puesta. Oleo sobre lienzo de 1922.
La muestra, con cerca de 240 obras, cuenta con el generoso apoyo de numerosas colecciones particulares e instituciones internacionales entre las que destacan la Fondation Giacometti, París; Musées d’Orsay y de l’Orangerie, París; Albright Knox Art Gallery, Buffalo; Minneapolis Institute of Art; The Pierre and Tana Matisse Foundation, Nueva York; Hirshhorn Museum and Sculpture Garden, Washington D.C.; Musée Picasso, Antibes; Musée National Picasso, París; Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris; Tate, Londres; Fondation Beyeler, Basilea o Kunsthaus, Zúrich.
Esta exposición, concebida por el Musée d'Art Moderne de la Ville de Paris, Paris Musées, se ha organizado con Fundación MAPFRE.Comisariada por Jacqueline Munck, Conservadora Jefe del Musée d’Art moderne de la Ville de Paris.
En 1920, cuando vuelve del frente, Derain es un artista de gran éxito. Tras haber sido uno de los más importantes entre los fauvistas, aquel movimiento que a principios de siglo había creado un arte basado en colores puros y brillantes, su mirada se dirige a la tradición y los secretos de la pintura, dirige su atención hacia un estilo realista que se conoce como “estilo bizantino”.
Un paisaje de Andre Derain, claramente fauvista. que no está presente en la exposición.
Óleo sobre lienzo.
A principios de los años 1930 Alberto Giacometti y Balthus, dos artistas de una generación más joven, quedan fascinados por este Derain diferente, radicalmente nuevo pero a la vez atento al arte del pasado. Las visitas a los estudios y las conversaciones van trabando una amistad entre los tres, que se consolida con los sucesivos encuentros y proyectos. A través de la pintura y la escultura de Derain surge un verdadero afecto entre los tres, basado en una admiración recíproca de la que darán fe Balthus y Giacometti a lo largo de su vida ya que Derain será el primero en fallecer, y el mayor y referente en esta relación.
Pero aquel Derain fauvista ya no existía desde el final de la Gran Guerra. Como tantos otros pintores vanguardistas, Derain había regresado al orden (expresión inspirada en el libro de ensayos Le rappel a l'ordre (1926) de Jean Cocteau). Orden que significaba, a grandes rasgos, retomar la pureza del primer Renacimiento y sus fuentes clásicas. Este regreso afectó a muchos, pero a algunos como Picasso les duró relativamente poco. Otros como Derain o de Chirico persistieron en esa línea el resto de sus vidas. Siendo muy criticados por ello, alejándose una gran cantidad de las simpatías acumuladas durante los dos primeros decenios del siglo.
Y entra en escena Balthus, una de cuyas primeras exposiciones visita Derain, y se establece un contacto inmediato entre el gran pintor rechazado por sus seguidores más significativos y un joven cuya carrera comenzaba ( y continuaría en un cierto tono escandaloso).
Aunque ha de decirse de inmediato que Balthus aseguró toda su vida que en su ánimo no estaba provocar, no era tan inconsciente como para no saber que varios de sus cuadros con niñas levantarían una polvareda que dura hasta hoy mismo.
Lo que sí estaba muy claro era su común amor al clasicismo. Un amor del que participaba Giacometti, pero de forma ampliada. Porque el suizo estudió no solo a renacentistas, griegos y romanos, sino también escultura etrusca o mesopotámica.
Escultura de Giacometti.. Hombre señalando.
Las pinturas y, en especial, las esculturas del artista suizo Alberto Giacometti fueron la traducción plástica de la crisis existencialista que aquejó a la sociedad occidental tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Giacometti creció en una familia de artistas. Su padre, Giovanni, era un pintor neoimpresionista y su padrino era Cuno Amiet. Entre 1919 y 1920 estudió pintura en la École des Beaux-Arts y escultura y dibujo en la École des Arts et Métiers de Ginebra. En 1920 viajó con su padre a Italia y se sintió enormemente impresionado por Giotto y Tintoretto, el arte egipcio y africano, así como por la obra de Alexander Archipenko y de Paul Cézanne, que pudo contemplar en la Biennale de Venecia.
En 1922 Giacometti se trasladó a París y desde 1927, año en que su hermano Diego se unió a él para convertirse en su asistente, trabajó en el taller de la rue Hipolyte-Maindron en Montparnasse. En 1929 la Galerie Jeanne Bucher expuso dos esculturas de su serie Plaques que llamaron poderosamente la atención en el mundo artístico parisiense, y en especial en el círculo surrealista, al que permaneció ligado hasta 1934. Durante esta etapa Giacometti experimentó con todo tipo de materiales y se convirtió en el más innovador de todos los escultores surrealistas.
En 1935 entró en un periodo de crisis creativa, que abarcó prácticamente una década, durante la que volvió al trabajo con modelo, al que sometía a largas sesiones de pose. Este método de trabajo, que había abandonado durante su etapa surrealista, tuvo como resultado unas esculturas que redujo a la mínima expresión y que fueron el germen de toda su producción posterior. En 1945, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, sus largas y delgadas figuras fueron percibidas como la metáfora apropiada del hombre que emergía de las secuelas de la guerra, según la interpretación de Jean-Paul Sartre, amigo de Giacometti desde su encuentro durante su exilio en Ginebra en 1943. Por otro lado, tras una pausa de veinte años, Giacometti retomó la pintura y el dibujo de manera regular, en un estilo abocetado con el que aislaba a las figuras.
En 1948 la Pierre Matisse Gallery de Nueva York expuso por primera vez su obra y en 1951 lo hizo la Galerie Maeght de París. Desde entonces las retrospectivas se sucedieron y en 1965 recibió el Grand Prix National des Arts del Gobierno francés.
Las secciones de la exposición.
Se abre la exposición, tras unaIntroduccióncon obras de los tres artistas entre las que solo destaca elBodegón con peras(1936) de Derain, que Balthus alababa.
El Bodegón con peras.
La primera sección se llama La mirada cultural y se supone que rastrea los orígenes artísticos de los tres amigos. Se pueden ver copias o interpretaciones de obras renacentistas de Piero della Francesca por Balthus o del Renacimiento tardío e influencias más exóticas, como varios dibujos sobre esculturas egipcias en Giacometti. Hay influencias en Derain algo inesperadas, como una copia de 1945-1950 de una de las varias versiones de La matanza de los inocentes (1565-1567) de Pieter Brueghel el Viejoy su hijo El Joven, con algunas variaciones sobre el original, que acercan una obra muy señalada del Renacimiento alemán al Renacimiento italiano. Es lo más interesante pero también se aprende el respeto de Derain hacia una figura clave para las vanguardias como fue Cezanne. Bien es cierto que su Sotobosque y rocas pertenecen a 1911-13 es decir, de su fase fauve, hasta donde los más jóvenes no le seguían.
Sotobosque y rocas
Sigue Vidas silenciosas, una corta excursión por paisajes de Balthus, alguno de plena madurez como El Valle del Lone (1957) donde no aparecen figuras, algo notable en un pintor tan ligado a la figura humana. Hay una muy buena Vista de Saint-Maxim (1930) de Derain, un paisaje rural donde Derain muestra su dominio de la pintura y su capacidad para depurar formas y colores. Se regresa a Balthus con motivo de los bodegones y de Giacometti, que no había aparecido por aquí, se presenta otro bodegón. No es que diga gran cosa sobre la relación de los artistas, porque estos temas estaban siendo tratados hasta por Picasso, el ser artísticamente más odiado por Derain.
La modelo de Balthus.
Luego llega El modelo que sin duda es central en el trabajo de los tres, aunque desde diferentes perspectivas y peripecias. Hay dos cuadros de Derain (1930-35) y Balthus (1955) que están muy bien traídos, sendas jóvenes con el torso descubierto y que parecen casi figuras especulares. Hay niñas de Balthus y Derain que se dan cierto aire, aunque el velo morboso del primero falta en el segundo. ¿Y Giacometti? Pues como en casi toda la exposición, más bien a lo suyo. Porque en su caso, cuando conoció a Annette Arm durante la II Guerra Mundial, la convirtió en su modelo casi única y se casó con ella. Aquí el cuadro principal es Isabel en el estudio (1949) con otra modelo, evidentemente.
A continuación llega la sala llamada Entreacto, quizás pensando en el Entreacte de Arthur Caravan pero seguro en los trabajos escenográficos y de figurinismo del trío.
Giacometti, de nuevo, va a su ritmo y aquí abre la sala con un par de proyectos, uno de los cuales ni siquiera es para una obra teatral, aunque si tenga cierto carácter dramático. Lo mejor es el escenario que diseñó para la representación de Esperando a Godot de 1961 en París por el cual, Samuel Beckett, se interesó muy de cerca.
Balthus y Derain sí que participaron en un buen número de obras, muchas de ellas representadas. De lo más interesante aquí son unas máscaras de Derain que recuerdan a las griegas o etruscas, muy Giacometti. Hay decorados y figurines.
El sueño, visiones de lo desconocido resulta un poco anticlimática porque se reduce a unos pocos desnudos ni muy excepcionales ni muy visionarios de Balthus y Derain. También una pequeña escultura de Giacometti llamada Mujer acostada soñando (1929) de un surrealismo más relacionado con Miró que con sus compañeros de exposición. Nada raro, Miró y Giacometti eran amigos.
La última sección, llamada La garra sombría "reúne las obras que tocan la alarma de un mundo vacilante”. En realidad un conjunto de épocas y motivos diversos con un vago aire misterioso o siniestro que es desmentido rotundamente al final por unos opulentos desnudos de Derain.
Derain fue el primero en morir en 1954. Poco más de una década después fallecía Giacometti. Balthus alcanzó los 93 años, muriendo en 2001. Pero ver su obra reunida y relacionada, aunque veces sea un poco con calzador, explica mejor cuestiones como la relación entre artistas que su mismo arte. Hay afinidades inesperadas y aunque las piezas aquí reunidas no son en general excepcionales, sí narran bastante bien una de esas historias. Los artistas, aunque esa sea su imagen, no son seres insulares.
En resumen, Los tres nacieron en un arco cronológico de treinta años –el último terminó siendo el más longevo– y fue mucho lo que les unió: un fuerte deseo de modernidad, verdadera pasión por la pintura antigua y el arte de civilizaciones exóticas y también admiración sincera y mutua, sin embargo, los esquemas clasificatorios cerrados que hasta hace no demasiado marcaban el estudio de la historia del arte nos habían alejado hasta ahora de una visión integradora que nos descubriera lo mucho que este trío de amigos tuvo en común, encerrando al completísimo Derain en las paredes de un fauvismo breve, a Giacometti en delgadas piernas andantes y a Balthus en los cuartos de sus niñas sexualizadas.
La muestra descubre la intensa relación entre tres de los más importantes protagonistas del siglo XX: André Derain(1880-1954), Balthus -Balthasar Klossowski- (1908-2001) y Alberto Giacometti(1901-1966). En un momento en el que el mundo del arte está centrado en el surrealismo y la abstracción en torno a la década de los treinta, ellos se interesan por un realismo metafísico ajeno al academicismo.
Con la distancia que el tiempo proporciona, podemos ver que Derain, Balthus y Giacometti siguen pautas similares en su trabajo, sobre todo en cuanto a su visión común del pasado del arte: Los tres comparten un fuerte anhelo de modernidad, se interesan apasionadamente por la pintura antigua y el arte de las civilizaciones lejanas, sienten fascinación por «las fuerzas oscuras de la materia» (Derain) y, en general, prestan mucha atención a la realidad «maravillosa, desconocida» que tienen ante sí (Giacometti).
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En el MUSEO REINA SOFÍA
Juan Gris, Botella y frutero
En junio de 2016, la Fundación Telefónica firmó un convenio por el que depositaba en el Museo Reina Sofía, por un periodo renovable de cinco años, su Colección Cubista -uno de los núcleos de mayor relevancia de la Colección de arte de Telefónica-, compuesta por cerca de 40 obras fechadas entre 1912 y 1933.
Además de por su calidad intrínseca, la importancia del depósito reside también en la incorporación de trabajos de artistas que no estaban representados en la colección del Museo y de obras de gran valor para uno de sus núcleos clave: la experiencia de la modernidad en Latinoamérica.
Fruto del citado acuerdo, el público puede contemplar en Colección Telefónica. Cubismo(s) y experiencias de la modernidad una selección de más de 70 obras procedentes de los fondos cubistas de las colecciones de la Fundación Telefónica y del Museo Reina Sofía que ponen de manifiesto la gran pluralidad de propuestas creativas que generó esta corriente artística y que dan pie a una lectura más amplia sobre ella.
Las obras datan tanto de los años centrales de este movimiento como de experiencias de décadas posteriores (1912 -1933) y fueron creadas por, entre otros muchos autores, Juan Gris, Pablo Picasso, Georges Braque, María Blanchard, André Lhote, Albert Gleizes, Metzinger, Vicente Huidobro o Joaquín Torres-García.
Obra de Marie Blanchard
Según el comisario Eugenio Carmona, “la reunión de la Colección Cubista de Telefónica con fondos cubistas del Museo Reina Sofía es una propuesta en favor de la concepción plural de la experiencia cubista. Pero en el momento presente, la reconsideración de la experiencia cubista atendiendo a las formulaciones de Juan Gris es no solo lícita y posible, sino que es, además, deseable, pues contiene en sí misma la complejidad de lo que el cubismo realmente fue”.
La guitarra sobre la mesa, de Juan Gris
El cubismo fue una corriente con una pluralidad de propuestas que dan pie a una lectura más amplia sobre ella. Sobre esta premisa se erige la exposición que le dedica el Museo Reina Sofía con los fondos de la Colección Cubista de la Fundación Telefónica. El conjunto de cerca de 40 obras, cedidas en comodato por 5 años renovables, está fechado entre 1912 y 1933 y se completa con obras de la colección de la pinacoteca.Cubismo(s) y experiencias de la modernidad permite profundizar en el nacimiento y desarrollo de este movimiento desde sus estadios fundacionales, cuandoPablo PicassoyGeorges Braquetrabajaron de forma conjunta desde el primitivismo y el posfauvismo cézanniano y cuando desarrollaron el cubismo como 'lenguaje' planteando invenciones iconográficas y técnicas.
Una obra de Auguste HerbinU.
El director del Reina Sofía ha incidido en que tradicionalmente se habla de cubismo en singular y se trata con una visión lineal "como si los artistas no hubiesen tenido dudas y como si fuera solamente cosa de Braque y Picasso, pero aquí se ve que es plural y que es un cambio de paradigma". En la muestra se recuperan figuras como Albert Gleizes, Jean Metzinger y el primer Auguste Herbin, cuyas aportaciones entre los años 1909 y 1915, significaron el tránsito de la herencia del simbolismo final a un nuevo sistema figurativo basado en el predominio de la forma y en la articulación dinámica de facetas y figuras. Con ello querían expresar la vivencia incesante de lo cotidiano y la relación "unánime" entre sujeto y mundo. Otros artistas representados en la exposición dan cuenta de cómo el cubismo supo dar origen a otros ismos que, aun dejando de ser cubismo, mantenían su impronta. Conocidas son las evoluciones planteadas por Fernand Léger y por Robert y Sonia Delaunay, que trazaron un recorrido semejante entre las posibilidades del cubismo y las sugerencias de la 'vida moderna'.
Bodegón cubista de Dalí.
www.fundaciontelefonica.es
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Dibujos de Rosario Weiss en la BIBLIOTECA NACIONAL
Del 31 de enero al 22 de abril de 2018
La Biblioteca Nacional de España, en colaboración con el Museo Lázaro Galdiano y el Centro de Estudios Europa Hispánica (CEEH), inauguraró el 31 de enero la exposición Dibujos de Rosario Weiss (1814-1843), que estará abierta al público hasta el 22 de abril.
La muestra presenta más de un centenar de obras de Rosario Weiss Zorrilla (Madrid, 1814-1843), en especial dibujos, entre los que destacan los retratos de Francisco de Goya, Ramón Mesonero Romanos, Guillermo Weiss, El marqués de Benalúa, Los hermanos Velluti o Una dama de Burdeos, además de numerosos paisajes. El público podrá ver asimismo una veintena de litografías, como Autorretrato, El Genio de la Libertad, Espronceda, Larra o Zorrilla, y algunas de sus pinturas, entre ellas Francisco de Goya, Los duques de San Fernando o Ángel custodio.
Este conjunto refleja el trabajo de una dibujante excepcional, conocida sobre todo por su relación con Francisco de Goya (1746-1828). Así, a las piezas anteriores se unen dibujos que el pintor hizo para el aprendizaje de Weiss, como Mendigo, Dromedario y Pantera.
La exposición, comisariada por Carlos Sánchez Díez, del departamento de conservación del Museo Lázaro Galdiano, reúne piezas de esta institución, de la BNE, la Bibliothèque municipale de Bordeaux, el Museo del Prado, el Museo del Romanticismo y colecciones privadas, así como de otros museos e instituciones públicas españolas.
Rosario Weiss vivió con su madre, Leocadia Zorrilla, y Goya en la Quinta del Sordo entre 1820 y 1824, y desde el otoño de 1824 en Burdeos, donde la familia permaneció hasta su regreso a Madrid en 1833. Comenzó a dibujar gracias a los esbozos que el pintor aragonés hacía para que ella los copiara o completara hasta que, hacia 1825, entró en la escuela pública de dibujo que Pierre Lacour (1778-1859) dirigía en Burdeos, donde recibió instrucción académica. Su formación francesa atemperó la expresividad de sus primeros pasos junto a Goya, dirigiéndolos hacia el trazo preciso, limpio y ordenado que entonces predominaba en Francia, a la manera de Ingres.
En Madrid, Rosario Weiss adaptó su estilo al romanticismo hispano con éxito y desarrolló una breve pero intensa carrera profesional. Compaginó la copia de pinturas de grandes maestros, muy demandadas entonces, con la realización de retratos a lápiz de escritores y personajes de la burguesía liberal, en su mayoría socios como ella del Liceo Artístico y Literario. También dibujó del natural apuntes de plantas y árboles, además de paisajes idealizados con castillos, lagos o ruinas. Fue una excelente litógrafa, técnica que aprendió durante su etapa en Burdeos y que siguió practicando en Madrid.
Weiss fue una de las pocas mujeres que ingresó, como académica de mérito por la pintura de historia, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 18 de enero de 1842 alcanzó su máximo reconocimiento cuando la designaron para el cargo de maestra de dibujo de Isabel II y de su hermana la infanta Luisa Fernanda, que desempeñó durante muy poco tiempo, pues murió de cólera el 31 de julio de 1843.
Esta exposición reúne obras de la Biblioteca Nacional, del Museo Lázaro Galdiano, de la Bibliothèque de Bordeaux, del Museo del Prado, del Museo del Romanticismo y de colecciones privadas, junto a piezas de otros museos e instituciones públicas españolas.
Dentro de la línea de actuación iniciada hace ya varios años en la revisión de los grandes maestros de la pintura española del siglo XIX, el Museo del Prado presenta la gran exposición antológica “Fortuny (1838-1874)”, patrocinada por la Fundación AXA y con la colaboración especial del Museo Fortuny de Venecia y el Museu Nacional d´Art de Catalunya.
Dedicada a uno de los artistas españoles del siglo XIX que ha gozado hasta nuestros días de una valoración más sostenida de su arte y de una mayor repercusión internacional, destacándose entre las figuras capitales del arte español de todos los tiempos, la exposición podrá visitarse en las salas A y B del edificio Jerónimos del 21 de noviembre de 2017 al 18 de marzo de 2018.
Aunque la figura de Fortuny ha sido celebrada desde antiguo por parte de la bibliografía especializada y a través de las numerosas exposiciones e iniciativas de diversa calidad e interés que se le han dedicado en las últimas décadas, su talla como artista y su profundo arraigo con la más genuina tradición de la gran escuela española argumentan la atención del Prado hacia este gran maestro con la misma ambición y envergadura que viene dedicando a los pintores más sobresalientes que integran sus colecciones.
La exposición, comisariada por Javier Barón, jefe de Conservación de pintura del siglo XIX, se estructura en un recorrido articulado de forma cronológica por las aportaciones de Fortuny como pintor, acuarelista, dibujante y grabador. Junto a ellas se exhiben ejemplos de la extraordinaria colección de antigüedades que atesoraba en su atelier: preciosos objetos, algunos de ellos conservados hoy en las más importantes colecciones arqueológicas del mundo, que demuestran su interés por la observación detenida y explican el extremado refinamiento en la captación de las calidades, el color y la luz en sus propias creaciones artísticas y el asombroso virtuosismo de sus obra, que extendieron rápidamente su fama entre los grandes coleccionistas de Europa y Estados Unidos.
La Formación en Roma
La primera sección de la exposición, dedicada a su formación en Roma, incluye ya ejemplos de madurez tanto en sus academias a lápiz como en sus trabajos a la acuarela (Il contino) y al óleo (Odalisca). Si bien se trasladó a África para pintar los episodios de la guerra hispanomarroquí (La batalla de Wad-Ras), le atrajeron en cambio los tipos árabes y sus costumbres (Fantasía árabe), que nutrirían toda su carrera posterior y confirieron singularidad a su aportación al orientalismo europeo.
Entre 1863 y 1868 abordó el retrato (Mirope Savati, no expuesto antes en Europa), el gran cuadro decorativo (La reina María Cristina y su hija la reina Isabel pasando revista a las baterías de artillería, mostrado ahora en su posición original) y las copias de maestros del Prado (el Greco, Ribera, Velázquez y Goya), que contribuyeron a dar a su arte mayor profundidad y alcance. Su obra triunfó en los años finales de la década de 1860 a través de óleos y acuarelas de motivos del siglo XVIII (El aficionado a las estampas y La vicaría) y árabes (Jefe árabe, Un marroquí, El vendedor de tapices, Calle de Tánger y El fumador de opio). Esta última vertiente tuvo un desarrollo especial durante su estancia en Granada entre 1870 y 1872. Allí también abordó escenas de género en marcos arquitectónicos compuestos (Pasatiempos de hijosdalgos, Almuerzo en la Alhambra y Ayuntamiento viejo de Granada). La mayor novedad deriva de sus trabajos del natural ante objetos, figuras (Viejo desnudo al sol), jardines y paisajes tanto al óleo como a la acuarela, la tinta y el lápiz. Obras como La Carrera del Darro, nunca vista fuera del British Museum, revelan su capacidad para la captación del ambiente con un color nuevo y fresco.
De vuelta a Roma, en 1873 trató los temas árabes con una ejecución más sintética (Árabe apoyado en un tapiz y Fantasía árabe ante la puerta de Tánger), atendió a la vida cotidiana en Carnaval en el corso romano y en 1874 finalizó cuadros de género iniciados antes, como La elección de la modelo. En ese año una estancia en Portici supuso una inmersión en la naturaleza que le hizo plenamente consciente del color local y de las sombras coloreadas en sus pinturas de desnudos de niños en la playa, de los que se incluye un grupo de cuatro, dos de ellos inéditos, y en sus paisajes, como Calle de Granatello en Portici y Paisaje napolitano, recién adquirido por el Prado. Su trabajo a la acuarela dio entonces sus mejores frutos en los dos ejemplos de Paisaje de Portici –uno presentado por vez primera– y en sus retratos de Cecilia de Madrazo y Emma Zaragoza.
Grandes instituciones de todo el mundo han permitido que esta muestra pueda celebrarse del mejor modo. Singular relevancia, por la amplitud de su préstamo, ha tenido la especial colaboración del Museo Fortuny de Venecia y del Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Arena con línea de montaña. Marruecos
Fortuny y Marsal, Mariano
La Batalla de Wad-Rass (Episodio de la guerra de África) Fortuny y Marsal, Mariano 1860 - 1861. Óleo sobre papel pegado en cartón, 54 x 185 cm. Museo Nacional del Prado
Entre España e Italia
La Diputación de Barcelona encargó a Fortuny que viajara a Marruecos con el fin de recopilar información gráfica para elaborar después cuadros que representaran las gestas más destacadas de la guerra hispano-marroquí, en la que participaron tropas de voluntarios catalanes. En Marruecos a partir de febrero de 1860, además de seguir la campaña, que le llevó a presenciar, y luego a pintar, La batalla de Wad-Ras, el pintor se sintió atraído por las costumbres y los tipos árabes. Volvió en 1862 y tomó numerosos apuntes con el fin de representar para la Diputación La batalla de Tetuán, cuadro de grandes dimensiones que no llegó a terminar.
El descubrimiento de los espacios desnudos, la luz intensa y el color brillante del norte de África produjo un cambio radical en su pintura. Este es visible tanto en sus obras hechas del natural como en las realizadas en su estudio a partir de apuntes, de su recuerdo y de su imaginación. En estas últimas abordó con originalidad los aspectos de la vida árabe que por su pintoresquismo o por su misterio le habían interesado.
La preparación de esta exposición ha tenido como base el estudio riguroso de diferentes archivos documentales, nunca antes explorados de manera sistemática. Uno de ellos, adquirido por el Museo del Prado, ha dado lugar a dos publicaciones complementarias, posibles gracias al mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson:
El tomo I del Epistolario del Archivo Madrazo en el Museo del Prado y
la biografía Cecilia de Madrazo, luz y memoria de Mariano Fortuny
La obra de Giorgio de Chirico (Volos, 1888 - Roma, 1978) se caracteriza por una incesante investigación en diferentes planos: desde su periodo metafísico inicial, en la década de 1910, el trabajo por el que más se le conoce, en el que muestra su personal transformación del arte clásico mediante sus enigmáticas piazzas de arquitectura renacentista, pasando por los temas iconográficos de las décadas de 1920 y 1930, sus investigaciones técnicas sobre la pintura de los grandes maestros durante la década de 1940, hasta su periodo neometafísico entre 1968 y 1976.
Esta exposición recorre las principales fases creativas de Giorgio de Chirico y retrata la continua investigación de la idea artística, marcada por una constante búsqueda en el plano iconográfico y simbólico capaz de crear una continuidad de la tradición artística italiana en el arte. Este empeño de continuidad fue uno de los elementos que determinó su posición destacada en el arte internacional, sobre todo en su influencia en el movimiento surrealista y en otros grandes artistas y escritores de la primera mitad del siglo XX.
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Poetas del cuerpo. La danza en la Edad de Plata. En la Residencia de Estudiantes
Hasta el 1 de abril de 2018.
Eran años de constante investigación artística y la danza no fue una excepción. Picasso. Miró, Zuloaga, Falla, Lorca, Alberti... se mezclaron con figuras como Antonia Mercé: La Argentina, Tórtola Valencia o Vicente Escudero que encontraron en los escenarios un espacio de libertad para experimentar con las estéticas de Vanguardia.
En la exposición se incluyen fotografías, óleos, escenografías, trajes, partituras y vídeos inéditos que reflejan el protagonismo que la danza adquirió en España en aquel momento y también su gran proyección internacional.
El relato se inicia en la bisagra de los siglos XIX y XX, para situar al visitante en el panorama cultural en el que se imbricaba la danza clásica y académica del Teatro Real y el Liceo, así como otro tipo de vertientes escénicas, desde las variedades hasta el flamenco de los cafés cantantes. La exposición está estructurada en cuatro grandes ámbitos, que responden a criterios cronológicos: 1. Una danza nueva
2. Los años de esplendor
3. La danza en la Residencia de Estudiantes.
4. Un legado tras la Guerra Civil.
La llegada en 1916 de los Ballets Russes de Diaghilev en la primera de sus giras por España constituiría un punto de inflexión en la historia de la danza, sirviendo de modelo colaborativo entre bailarines, literatos, músicos y pintores. La circulación de otras compañías extranjeras y las nuevas propuestas ofrecidas por creadores e intelectuales españoles fueron el revulsivo necesario para el inicio de una danza nueva a mediados de los años veinte.
Aunque en 1925 el cierre del Teatro Real afectó negativamente a la evolución de la danza clásica, que hubo de sobrevivir en otros escenarios y academias, el estreno en París de la versión para ballet de "El amor brujo" de Falla por Antonia Mercé, la Argentina, avanzaba las amplias perspectivas que su futura compañía abriría hacia el final de la década. Al igual que sus Ballets Espagnols, los estrenos de Vicente Escudero, Teresina Boronat o Joan Magrinyà lograron grandes éxitos con la colaboración de poetas, compositores y artistas visuales.
La muestra, además, dirige el foco hacia la presencia de la danza en el contexto del institucionismo y la Residencia de Estudiantes. En sus grupos femenino y masculino la danza moderna se incluyó en sus programas académicos, mientras que su vertiente española estuvo presente en actividades y proyectos desarrollados por los círculos de residentes. La amistad de Federico García Lorca y Encarnación López, la Argentinita, la representación de la versión de "El amor brujo" de la Compañía de Bailes Españoles o el proyecto frustrado del estreno de Clavileño, concebido por Maruja Mallo y Rodolfo Halffter, son algunos de los ejemplos de la memoria de aquellas danzas que habitaron los espacios de la Residencia.
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta Picasso/Lautrec, la primera exposición monográfica dedicada a la comparación de estos dos grandes maestros de la modernidad. Aunque su relación artística ha sido reiteradamente establecida por la literatura y la crítica contemporánea esta es la primera vez que se confronta la obra de ambos en una muestra. La exposición plantea además nuevos puntos de vista de esta apasionante relación, pues no se limita al tópico del joven Picasso admirador de Lautrec en Barcelona y sus primeros años en París, sino que ha rastreado la pervivencia de esa huella a lo largo de la dilatada trayectoria del artista español, abarcando también su periodo final.
Comisariada por el profesor Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, y Paloma Alarcó, jefe de conservación de Pintura Moderna del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Picasso/Lautrec reúne más de un centenar de obras, procedentes de unas sesenta colecciones públicas y privadas de todo el mundo, organizadas en torno a los temas que interesaron a ambos artistas: los retratos caricaturescos, el mundo nocturno de los cafés, cabarets, teatros, la cruda realidad de los seres marginales, el espectáculo del circo o el universo erótico de los burdeles.
Henri de Toulouse-Lautrec murió en 1901, con 37 años. Desde los 15 fue un enano lisiado y deforme. Dos accidentes ecuestres lo redujeron a la impotencia social y lo empujaron al arte, con el que supo devolver el brillo al deslustrado escudo familiar. Tristemente para su aristocrática parentela, perteneció a una generación de artistas convencida de que la representación plástica del mundo debía cambiar tan rápidamente como él. Esto le indujo a prestar menos atención a las cosas aceptadas que a aquellas otras limítrofes con lo conveniente o claramente censuradas por la sociedad: burdeles, garitos nocturnos... Aunque sus dibujos y pasteles rezuman ironía y sarcasmo, su mirada revela también admiración por quienes, huyendo de formalismos, consiguen extraerle el jugo a la vida.
Toulouse-Lautrec fue el cronista del París cosmopolita de finales del XIX y también uno de los creadores del arte moderno. No era un observador omnisciente que contempla desde fuera, sino un espectador integrado en la narración. Esto le permitió captar con extraordinaria fidelidad la efervescencia y el hedonismo desatado de la época e incorporar al gran arte motivos extraídos de los ambientes marginales y la vida bohemia. La distinción entre alta cultura y cultura popular comenzó a borrarse entonces, dando la razón a quienes afirman que Montmartre, centro del entretenimiento nocturno de París, hizo por la igualdad de clases mucho más que cualquier revolución.
La pelirroja con blusa balnca. Laotrec.
Picasso, del que se ha dicho que no fue un artista, sino una fuerza de la naturaleza, llegó a París desde Barcelona en octubre de 1900 ansioso por visitar tales ambientes. Asimiló toda la tradiciónpictórica, desde lo más profundo a la Vanguardia. Lamentablemente, a Toulouse-Lautrec le quedaba menos de un año de vida. No tuvieron oportunidad de conocerse. El malagueño estaba familiarizado con su obra por las revistas ilustradas y seguramente habría entablado con gusto relación con él. Aquel aristócrata sarcástico aficionado al igual que él a los placeres de la existencia («Uno es horrible -decía sin complejos- pero la vida es hermosa»), tenía todo para despertar su interés. De hecho, tomó de él cuanto pudo. A fin de cuentas, la capacidad de absorción fue uno de los rasgos característicos de su genio.
En 1899, el joven Picasso se vincula a Els Quatre Gats, grupo de escritores y artistas de la vanguardia de Barcelona cercanos al modernismo y al decadentismo e influidos, entre otros, por Toulouse-Lautrec. Pero será entre 1900 y 1904, años en los que el pintor español reside intermitentemente en París antes de instalarse allí de forma definitiva, cuando entraría en contacto directo con la obra de los pintores postimpresionistas como Lautrec.
Durante esos años, su temática se centra en los bajos fondos de la ciudad y en los ambientes nocturnos de los cafés-concierto y, como podrá verse en la exposición, su pintura experimenta una influencia evidente de la obra de Lautrec.
La exposición en Madrid deIgnacio Zuloagaen el París de la Belle Époquepretende ofrecer una imagen de la obra del pintor de Eibar poco habitual en España. Sin obviar la interpretación tradicional que le une al tópico de la España negra, el recorrido expositivo excede esta concepción y muestra cómo la pintura de Zuloaga (Éibar, 1870-Madrid, 1945) combina un profundo sentido de la tradición con una visión plenamente moderna, especialmente ligada al París de la Belle Époque y al contexto simbolista en el que el pintor se mueve por aquellos años.
Para poder contar esta visión del pintor Ignacio Zuloaga es necesario situar su obra junto a la producción de otros artistas contemporáneos como Paul Gauguin, Paul Sérusier, Pablo Picasso, Francisco Durrio, Santiago Rusiñol, Maurice Denis, Émile Bernard, Giovanni Boldini, Jacques Émile Blanche o el escultor Auguste Rodin, entre otros. La muestra, con más de 90 obras, ha contado con más de 40 prestadores, entre colecciones particulares nacionales e internacionales además de la propia familia Zuloaga, e instituciones como la Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro, Venecia; Museum of Fine Arts, Boston; Musée d’Orsay, París; Musée national Picasso, París; Musée Rodin, París;Museo de Bellas Artes de Bilbao; National Gallery of Art, Washington D.C.; The State Hermitage Museum, San Petersburgo o The State Pushkin Museum of Fine Arts, Moscú.
Ignacio Zuloaga Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, 1913. Museo de Bellas Artes de Bilbao .
En 1889, con tan solo 19 años, Ignacio Zuloaga llega a París, por entonces capital mundial del arte moderno. En pintor encuentra una ciudad en plena ebullición cultural, en la que se dan cita las más innovadoras tendencias y en la que pintores, escultores, y escritores experimentan con nuevos lenguajes artísticos que conducirían hacia la modernidad.
El pintor participa activamente de este París de fin de siglo. Al poco de llegar, entra en contacto con Paul Gauguin, Henri de Toulouse-Lautrec, Edgar Degas o Jacques-Émile Blanche y presenta sus obras en los principales salones y galerías parisinos. Asimismo, su obra refleja la influencia de algunos de los movimientos artísticos en boga, como el simbolismo.
La experiencia parisina del pintor Ignacio Zuloaga es fundamental para entender su obra, pues su pintura, a medio camino entre la cultura francesa y la española, excede con mucho los límites que la historiografía tradicional del arte ha establecido, asociando Zuloaga a la generación del 98 y por lo tanto a la conocida como “España negra”, una España de la tragedia, de lo hondo e incomprensible. No obstante, críticos como Charles Morice o Arsène Alexandre, poetas como Rainer Maria Rilke, y artistas como Émile Bernard o Auguste Rodin consideraron la obra del pintor vasco como un referente para el arte moderno.
Fue en este París brillante y dinámico, el anterior a la contienda, centro del gusto artístico y literario, en el que Zuloaga brilló con luz propia, en un camino paralelo y comparable al de muchos de los mejores artistas del momento. Estos años tendrán su punto y final en 1914, no tanto por la trayectoria del propio Zuloaga, que una vez encontrada su propia voz y su lugar en el escenario internacional, seguirá trabajando dentro de unos mismos planteamientos, sino porque el París y la Europa, de antes y de después de la Gran Guerra serán completamente distintos.