Es una delicia retroceder hasta el siglo XV, y desde allí ir avanzando por la Historia del Arte de la mano de grandes pintores, y descubrir cómo evoluciona la pintura del rostro humano, tema de esta visita.
Tras un periodo teocéntrico, la Edad Media, en el que los rostros son solo los de las imágenes religiosas, llegamos al Renacimiento y la figura humana cobra de nuevo el protagonismo. Nuestra profesora se detuvo muy especialmente en las siguientes obras:
El Retrato de Giovanna Tornabuoni es una pintura del artista italiano renacentista Domenico Ghirlandaio que data del año 1488. Retrata a Giovanna degli Albizzi, una mujer de la nobleza florentina que se casó con Lorenzo Tornabuoni. Murió dando a luz en 1488, año de la pintura. Ha sido identificada gracias a otros retratos en la Capilla Tornabuoni, donde ella tiene el mismo peinado.
Representa a una mujer joven de lado, llevando preciosas ropas, incluyendo una gamurra. A la derecha, detrás de ella, está colgado un collar de coral (quizás un rosario), un libro parcialmente cerrado y una inscripción latina, tomada de un epigrama del poeta del siglo I d.C. Marco Valerio Marcial.
Hacía 1490 un pintor anónimo alemán, pinto este Retrato de una dama con la orden del Cisne. Ha estado atribuida a distintos maestros anónimos hasta que, finalmente, Isolde Lübbeke la vinculó a un pintor anónimo alemán de la corte de Ansbach. La protagonista sobresale ante un fondo azul claro y va ricamente ataviada, resaltando los brocados de su traje y la toca, que cae con cierta rigidez sobre su hombro. Tanto el collar como el clavel que sostiene en una mano, son elementos importantes pues la flor y la toca aluden a la posibilidad de que la tabla tuviera pareja y el collar de oro con sus dos colgantes, uno con la Virgen y el Niño y otro con un cisne, nos indica que la retratada pertenecía a la Orden del Cisne. Esta orden religiosa, de culto mariano, fue fundada en 1440 por Federico II de Brandemburgo y gozó de gran apogeo a finales del siglo XV.
Un óleo de Tiziano, pintado hacia 1576, el Retrato del Dux Francisco Vernier. Durante los años que ocupó el cargo destacó por su severidad y templanza. Su delicada salud le obligaría a hacerse ayudar por dos personas para sus desplazamientos, falleciendo el 2 de junio de 1556.Su retrato oficial fue el último realizado por Tiziano. Nos llama la atención la ventana que se abre al canal de Venecia y podemos apreciar un incendio, pudiendo aludir a algún suceso ocurrido durante el mandato del dux.
Este soberbio retrato es un excelente ejemplo de la manera de trabajar del maestro en su último periodo, aplicando el color de manera fluida sin renunciar a las calidades táctiles de las telas. La potente iluminación empleada, crea un acentuado contraste lumínico con el que el pintor acentúa la carga psicológica del retrato. El resultado es un trabajo difícilmente superable.
En la imagen posterior, un ejemplo del retrato holandés. Un caballero de alta clase social, ricamente vestido con armiño y goleta, tan característicos de la corte europea.
Los rostros del rey Enrique VIII y de su esposa Catalina de Aragón fueron también destacados en esta visita. Enrique VIII (28 de junio de 1491-28 de enero de 1547) fue rey de Inglaterra y señor de Irlanda desde el 22 de abril de 1509 hasta su muerte. Fue el segundo monarca de la casa Tudor. Se casó seis veces y ejerció el poder más absoluto entre todos los monarcas ingleses. Entre los hechos más notables de su reinado se incluyen la ruptura con la iglesia católica y el establecimiento del monarca como jefe supremo de la iglesia de Inglaterra (iglesia anglicana) y la unión de Inglaterra con Gales.
La protección que dispensó al pintor alemán Hans Holbein se tradujo en una formidable serie de retratos y dibujos en color, que efigian a muchos personajes de la corte de aquella época, destacando varios al propio rey, como estos que forma parte de la colección del Museo Thyssen.
El caballero de Carpaccio es el retrato de un joven caballero en un paisaje, un cuadro pintado al óleo sobre lienzo hacia 1505 por el veneciano Vittore Carpaccio. Uno de los primeros ejemplos de retrato de cuerpo entero de la pintura europea. Esta obra de Carpaccio, firmada y fechada en el cartellino a la derecha, estuvo atribuida hasta 1919 a Durero.
En cuanto a la identidad del personaje existen numerosas hipótesis. La divisa Malo mori quam foedari (antes morir que contaminarse) que aparece junto al armiño podría indicar que se trata de un caballero de la orden del Armiño. Sin embargo, la tesis, generalmente, más aceptada es la identificación del personaje con Francesco Maria della Rovere, III duque de Urbino. El paisaje en el que aparece el joven, con armadura y a punto de desenvainar la espada, es tan inquietante como él, pues describe con gran minuciosidad ejemplos de la flora y la fauna alusivos al bien y al mal.
El oleo siguiente pertenece a Frans Hals, considerado como el gran genio de la retratística holandesa, género que gozó de un asombroso auge en el siglo XVII, debido a la pujanza económica y comercial del país y al interés que las clases acomodadas tenían en dejar constancia de su buena fortuna a través de sus retratos.
Hals consiguió, como ningún otro, penetrar en la personalidad de sus modelos confiriéndoles una vitalidad y una espontaneidad hasta entonces desconocidas. En este lienzo los esposos se cogen de la mano simbolizando la lealtad del matrimonio, sus rostros relajados y de mirada cariñosa, demuestran la fuerza de su unión. Mientras el perro a los pies de la niña representa la fidelidad. La pincelada es tan suelta y libre que resulta increíblemente moderna para su época. Los retratos colectivos y de grupo, como el que en este caso nos ocupa, constituyen lo más famoso del legado de este artista.
Entramos en el siglo XVIII y nos quedamos ante este cuadro en el que la pintura se utiliza para llevar al espectador algo más que la creación estética: se utiliza para hacer llegar una imagen real, casi propagandística, como la de esta actriz de la época: bella y moderna, aclamada por el público, una verdadera "influenecer" de su tiempo. La figura, el peinado, el traje, los adornos... todo plasmado con realismo y detalle, para que nunca cayera en el olvido de sus admiradores.
A Thomas Lawrence (Bristol 1769- Londres 1830) pertenece este retrato de David Lyon, pintado hacia 1825. Es el del típico hombre romántico, guapo, guapo....
Lawrence fue un artista precoz, siendo sólo un niño comenzó a dibujar retratos de los turistas que frecuentaban la taberna de su padre, en Devizes. En 1780 se trasladó con su familia a la ciudad balneario de Bath, donde continuó con su actividad, que se convirtió en la principal fuente de ingresos familiar. A los diecisiete años se marchó a Londres, donde estudió durante tres meses en la Royal Academy, aunque su formación es prácticamente autodidacta.
En 1790 pintó La reina Carlota, National Gallery de Londres, su primer retrato para la corona; ese mismo año ejecutó una de sus obras maestras, Elizabeth Farren, conservada en el Metropolitan Museum de Nueva York. El éxito de estos primeros retratos le convirtieron en el pintor de moda entre la alta sociedad británica. Tras la muerte de sir Joshua Reynolds, en 1792, Lawrence le sucedió en su puesto de pintor del rey; dos años más tarde fue nombrado miembro de la Royal Academy.
A partir de 1815 el príncipe regente, que le otorgó el trato de Sir, se convirtió en su principal cliente. Para él llevó a cabo un ambicioso proyecto, que consistió en una serie de retratos de los grandes líderes militares y los jefes de Estado de los países aliados contra Napoleón. Los primeros retratos fueron realizados en Londres en 1815, pero Lawrence continuó trabajando en la serie hasta 1825, para lo que tuvo que desplazarse a las ciudades europeas donde tenían lugar los congresos, como Aquisgrán, Viena y París. Estas obras se conservan en la Cámara Waterloo, en el castillo de Windsor. En 1819 viajó a Roma, también enviado por el príncipe, para realizar un retrato del papa Pío VII, Londres, Royal Collection. Cuando en 1820 el regente se convirtió en el rey Jorge IV, Lawrence fue elegido presidente de la Royal Academy, cargo que conservó hasta su muerte, en 1830.
Y siguiendo nuestro recorrido no podemos dejar de admirar el rostro de Gala en la obra de Dalí, Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar. Uno de los cuadros más reconocibles del pintor, en el se encuentran figuras recurrentes que el artista utilizaría durante toda su carrera: elefantes con piernas zancudas, su esposa Gala, un insecto y un paisaje inerte. La importancia de la obra radica en la creatividad extrema que muestra, unida a una técnica académica impoluta.
A Manet pertenece el anterior retrato, creado a partir de una una nueva investigación basada en la percepción de lo instantáneo. Manet fue el primero en plasmar en sus cuadros las experiencias cotidianas de la gran ciudad, convencido, como Baudelaire, de que «el verdadero pintor, será aquel que sepa arrancar a la vida moderna su lado épico».
La Amazona de frente pertenece a una serie inacabada sobre las cuatro estaciones que pintó en los dos últimos años de su vida, por encargo de su amigo Antonin Proust, entonces ministro de Bellas Artes. El tema de las cuatro estaciones representadas por figuras de mujeres era relativamente frecuente en la historia de la pintura occidental, La propia cuñada de Manet, la pintora Berthe Morisot, había realizado uno de estos ciclos con jóvenes vestidas con ropas a la moda. Por otra parte, en las estampas japonesas —tan difundidas entonces— también era habitual simbolizar las estaciones con rasgos de cortesanas.
En La Amazona..., la joven, de aspecto andrógino, viste un traje de amazona que, según testimonio de Antonin Proust, le había prestado a Manet su amigo el pintor Gallard d’Épinay. El color oscuro del traje le permite al pintor dar muestra de su mágico dominio de los negros, que, en contraste con la claridad del fondo, nos remiten a modelos de Frans Hals. El tratamiento de la luz puede considerarse impresionista, pero en Manet la búsqueda de la luminosidad se yuxtapone al estudio de las superficies de color, de los contornos y de las texturas. Se percibe claramente la soltura de su ejecución, sin ningún titubeo, y esa maestría con la que Manet lograba captar y transmitir lo esencial.
A otro impresionista Henri de Toulouse- Lautrec, pertenece este cuadro. Al contrario que sus compañeros impresionistas, apenas se interesó por el género del paisaje, y prefirió ambientes cerrados, iluminados con luz artificial, que le permitían jugar con los colores y encuadres de forma subjetiva. Muy observador, le atraían la gestualidad de los cantantes y comediantes, y le gustaba ridiculizar la hipocresía de los poderosos, que rechazaban en voz alta los mismos vicios y ambientes que degustaban en privado.
Los dueños de los cabarets le pedían que dibujara carteles para promocionar sus espectáculos, algo que entusiasmó mucho a Lautrec, ya que en sus largas noches en estos locales dibujaba todo lo que veía y lo dejaba por las mesas.
Tuvo grandes amigas como la bailarina Jane Avreil a la cual dedicó varios cuadros y carteles. Conoció a bailarines reconocidos como Valentín el Descoyuntado, payasos y demás personajes de las fiestas y espectáculos de los suburbios. Este mundillo de vicio y extravagancia fue un refugio para Lautrec, quien se sentía rechazado por la nobleza a la que pertenecía por origen. Su discapacidad causaba rechazo en los salones chic, y en Montmartre pudo pasar desapercibido y dar rienda suelta a su bohemia. Criticaba a todos aquellos que reflejaban paisajes en sus cuadros, ya que él opinaba que lo que verdaderamente valía la pena eran las personas, el pueblo. Se consideraba a sí mismo un cronista social.
Este retrato pertenece a Gaston Bonnefoy, que posó en 1891 para el pintor, responde al tipo de hombre exitoso, independiente, y moderno que se denominó boulevardier. Él y otros cuatro amigos del pintor fueron retratados con la intención de exponer el resultado en el Salon des Indépendants de aquel mismo año. Bonnefoy es representado de cuerpo entero, de perfil, vestido como si viniese de la calle o estuviese preparado para salir a ella, con abrigo largo, sombrero, y el bastón levantado. Este gesto se ha interpretado como una broma relacionada con su sexualidad. Su apariencia choca con la intimidad y desnudez del taller, apenas esbozado sobre el cartón. El artista ya había realizado retratos masculinos en un formato similar, quizás bajo la influencia de los pintados por Whistler. ¡Me encanta!. Pero el artista no estaba muy convencido de que le gustara al retratado, y así se lo hace saber a su madre en una carta.
El retrato de Fränzi ante una silla tallada es una de las más destacadas del artista expresionista Ernst Ludwig Kirchner; y es uno de los mejores ejemplos de arte vanguardista, una de las obras claves de la estética expresionista.
Kirchner (1880 – 1938) nació en la localidad alemana de Aschaffenburg pero cuando contaba con uno veinte años se trasladó a Dresde para estudiar arquitectura y desde allí, a Berlín donde ingresó en la Escuela de Bellas Artes de la capital alemana. Allí conoció a otros jóvenes artista con los que formaría el grupo Die Brücke, El Puente. Juntos retomaron un arte de influencia primitivista, con colores agresivos como ya habían hecho los fauvista pero incorporando además la degradación social. Su intención no era mostrar la realidad, pero sí agitar conciencias mostrando los aspectos más deplorables de la sociedad europea del momento.
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Visita organizada y guiada por la Profesora Carmen Mansos de Zúñiga (Lda, en Historia del Arte por la UCM).
Actividades Culturales Tíltide.
C. Fernando el Católico, 28
28015 Madrid.