Dentro de la línea de actuación iniciada hace ya varios años en la revisión de los grandes maestros de la pintura española del siglo XIX, el Museo del Prado presenta la gran exposición antológica “Fortuny (1838-1874)”, patrocinada por la Fundación AXA y con la colaboración especial del Museo Fortuny de Venecia y el Museu Nacional d´Art de Catalunya.
Dedicada a uno de los artistas españoles del siglo XIX que ha gozado hasta nuestros días de una valoración más sostenida de su arte y de una mayor repercusión internacional, destacándose entre las figuras capitales del arte español de todos los tiempos, la exposición podrá visitarse en las salas A y B del edificio Jerónimos del 21 de noviembre de 2017 al 18 de marzo de 2018.
Aunque la figura de Fortuny ha sido celebrada desde antiguo por parte de la bibliografía especializada y a través de las numerosas exposiciones e iniciativas de diversa calidad e interés que se le han dedicado en las últimas décadas, su talla como artista y su profundo arraigo con la más genuina tradición de la gran escuela española argumentan la atención del Prado hacia este gran maestro con la misma ambición y envergadura que viene dedicando a los pintores más sobresalientes que integran sus colecciones.
La exposición, comisariada por Javier Barón, jefe de Conservación de pintura del siglo XIX, se estructura en un recorrido articulado de forma cronológica por las aportaciones de Fortuny como pintor, acuarelista, dibujante y grabador. Junto a ellas se exhiben ejemplos de la extraordinaria colección de antigüedades que atesoraba en su atelier: preciosos objetos, algunos de ellos conservados hoy en las más importantes colecciones arqueológicas del mundo, que demuestran su interés por la observación detenida y explican el extremado refinamiento en la captación de las calidades, el color y la luz en sus propias creaciones artísticas y el asombroso virtuosismo de sus obra, que extendieron rápidamente su fama entre los grandes coleccionistas de Europa y Estados Unidos.
La primera sección de la exposición, dedicada a su formación en Roma, incluye ya ejemplos de madurez tanto en sus academias a lápiz como en sus trabajos a la acuarela (Il contino) y al óleo (Odalisca). Si bien se trasladó a África para pintar los episodios de la guerra hispanomarroquí (La batalla de Wad-Ras), le atrajeron en cambio los tipos árabes y sus costumbres (Fantasía árabe), que nutrirían toda su carrera posterior y confirieron singularidad a su aportación al orientalismo europeo.
Entre 1863 y 1868 abordó el retrato (Mirope Savati, no expuesto antes en Europa), el gran cuadro decorativo (La reina María Cristina y su hija la reina Isabel pasando revista a las baterías de artillería, mostrado ahora en su posición original) y las copias de maestros del Prado (el Greco, Ribera, Velázquez y Goya), que contribuyeron a dar a su arte mayor profundidad y alcance. Su obra triunfó en los años finales de la década de 1860 a través de óleos y acuarelas de motivos del siglo XVIII (El aficionado a las estampas y La vicaría) y árabes (Jefe árabe, Un marroquí, El vendedor de tapices, Calle de Tánger y El fumador de opio). Esta última vertiente tuvo un desarrollo especial durante su estancia en Granada entre 1870 y 1872. Allí también abordó escenas de género en marcos arquitectónicos compuestos (Pasatiempos de hijosdalgos, Almuerzo en la Alhambra y Ayuntamiento viejo de Granada). La mayor novedad deriva de sus trabajos del natural ante objetos, figuras (Viejo desnudo al sol), jardines y paisajes tanto al óleo como a la acuarela, la tinta y el lápiz. Obras como La Carrera del Darro, nunca vista fuera del British Museum, revelan su capacidad para la captación del ambiente con un color nuevo y fresco.
De vuelta a Roma, en 1873 trató los temas árabes con una ejecución más sintética (Árabe apoyado en un tapiz y Fantasía árabe ante la puerta de Tánger), atendió a la vida cotidiana en Carnaval en el corso romano y en 1874 finalizó cuadros de género iniciados antes, como La elección de la modelo. En ese año una estancia en Portici supuso una inmersión en la naturaleza que le hizo plenamente consciente del color local y de las sombras coloreadas en sus pinturas de desnudos de niños en la playa, de los que se incluye un grupo de cuatro, dos de ellos inéditos, y en sus paisajes, como Calle de Granatello en Portici y Paisaje napolitano, recién adquirido por el Prado. Su trabajo a la acuarela dio entonces sus mejores frutos en los dos ejemplos de Paisaje de Portici –uno presentado por vez primera– y en sus retratos de Cecilia de Madrazo y Emma Zaragoza.
Grandes instituciones de todo el mundo han permitido que esta muestra pueda celebrarse del mejor modo. Singular relevancia, por la amplitud de su préstamo, ha tenido la especial colaboración del Museo Fortuny de Venecia y del Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Arena con línea de montaña. Marruecos
Fortuny y Marsal, Mariano
Hijo y nieto de artesanos y huérfano desde muy joven, Fortuny desarrolló en el ámbito de su primera formación una habilidad artística especial. Tras el inicio de su aprendizaje como pintor en la escuela municipal de Reus, sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona desde 1853 le formaron académicamente. Su estancia en Roma, pensionado por la Diputación de Barcelona, le puso en contacto a partir de 1858 con el gran arte del Renacimiento y el Barroco. En la Ciudad Eterna acudió a la Academia Gigi, donde realizó del natural estudios de desnudo que manifiestan su fina captación de las anatomías, a veces con una expresividad especial, fruto de su dominio tanto del lápiz como de la pluma. Su calidad como acuarelista es ya visible en Il contino, cuyo asunto, un joven con atavío del siglo XVIII en un jardín monumental (el de Villa Borghese, en Roma), anuncia su dedicación posterior al género historicista. La Odalisca refleja su conocimiento del desnudo, impregnado de sensualidad, con un tratamiento mucho más libre y realista que el de sus trabajos en Barcelona.
La Batalla de Wad-Rass (Episodio de la guerra de África)
Fortuny y Marsal, Mariano
1860 - 1861. Óleo sobre papel pegado en cartón, 54 x 185 cm.
Museo Nacional del Prado
La Diputación de Barcelona encargó a Fortuny que viajara a Marruecos con el fin de recopilar información gráfica para elaborar después cuadros que representaran las gestas más destacadas de la guerra hispano-marroquí, en la que participaron tropas de voluntarios catalanes. En Marruecos a partir de febrero de 1860, además de seguir la campaña, que le llevó a presenciar, y luego a pintar, La batalla de Wad-Ras, el pintor se sintió atraído por las costumbres y los tipos árabes. Volvió en 1862 y tomó numerosos apuntes con el fin de representar para la Diputación La batalla de Tetuán, cuadro de grandes dimensiones que no llegó a terminar.
El descubrimiento de los espacios desnudos, la luz intensa y el color brillante del norte de África produjo un cambio radical en su pintura. Este es visible tanto en sus obras hechas del natural como en las realizadas en su estudio a partir de apuntes, de su recuerdo y de su imaginación. En estas últimas abordó con originalidad los aspectos de la vida árabe que por su pintoresquismo o por su misterio le habían interesado.
Entre España e Italia
Tras pasar unos meses en Barcelona, el artista volvió a Roma, donde continuó trabajando en motivos árabes y realizó también óleos y acuarelas que representaban tipos populares que veía en los alrededores de la ciudad. En esas obras desarrolló un estilo realista, estimulado por el trabajo de algunos artistas de la escuela de Nápoles, que había visto en la Primera Exposición Nacional Italiana en Florencia en 1861 y a los que había visitado en 1863. Abordó ocasionalmente el retrato, en el que desarrolló su gusto por los matices de color, y recibió el encargo de pintar uno de los techos de la residencia parisina de la reina María Cristina de Borbón, que resolvió con originalidad. Esta pintura se muestra por vez primera restituida a su posición originaria, como techo, lo que permite su cabal comprensión. En una de sus estancias en Madrid, donde se casó en 1867 con Cecilia de Madrazo, hija de Federico de Madrazo, pintó una de sus obras más interesantes de esos años, Fantasía sobre Fausto. Esta pintura es buena muestra de la arrebatada imaginación y la vibrante pincelada con la que abordaba y resolvía, en pocas horas de trabajo, sus estudios, cuya técnica inmediata y hábil puede verse también en otros óleos.
Los grabados
Fortuny mostró una extraordinaria habilidad en las técnicas gráficas. A su temprano y ocasional cultivo de la litografía en 1857 siguió, en la década de 1860, una extraordinaria serie de aguafuertes que constituyó una de las cimas de su arte. En ellos abordó motivos árabes, otros de género y también algunos de inspiración clasicista, con una intensidad expresiva que sacaba partido de los diferentes recursos de la técnica, que había estudiado en las obras de Ribera, Rembrandt y Goya. Tras su primer viaje a África el artista se dio cuenta de que el aguafuerte era especialmente adecuado para sugerir los ambientes misteriosos que le atraían. Ese conjunto de grabados ofrece la mejor y más veraz versión del orientalismo en Europa. En El anacoreta, una de sus obras maestras, junto a la muerte se percibe la desolación de la naturaleza. La complejidad del trabajo del artista puede apreciarse en esta exposición través de la presencia de la lámina de cobre, de dos pruebas de estado y de una estampación definitiva realizada en este caso por el hijo de Fortuny.
Los maestros
Aunque Fortuny comenzó su estudio riguroso de la pintura antigua en Italia, donde copió a algunos maestros del Renacimiento y el Barroco, incluido Velázquez, fue en el Museo del Prado donde se aproximó a ellos de manera más asidua, a través de numerosas copias. Estimó especialmente a los artistas de las escuelas veneciana y flamenca, además de la española, de los que admiraba la calidad del color y la libertad de la pincelada. Entre ellos, el Greco, pintor poco apreciado entonces, le interesó hasta el punto de adquirir una obra suya. Junto a él, Ribera y Velázquez fueron objeto de algunas copias al óleo y a la acuarela que muestran su dominio de la anatomía, de las calidades táctiles y del color. El maestro más apreciado por Fortuny fue Goya, de quien realizó el mayor número de copias. La penetración y calidad de estas interpretaciones no tienen parangón con las de otros pintores de su tiempo. Como referencia útil para su pintura el artista conservó en su atelier estas copias, algunas de las cuales alcanzaron altos precios en su venta póstuma.
A través de su relación con el marchante Adolphe Goupil, Fortuny obtuvo un éxito internacional que tuvo su muestra más visible en La vicaría, cuadro de costumbres ambientado en la época de Goya. Junto a esa obra el artista abordó una amplia serie de composiciones de género, entre las cuales la más elaborada, La elección de la modelo (1868-74), la pintó para su principal coleccionista, William H. Stewart. En estas obras Fortuny recreó un mundo de belleza en interiores arquitectónicos ricamente ornamentados en los que la pintura aparecía a través de distintos homenajes a otros artistas. Junto a su laborioso trabajo en esas obras, continuó realizando acuarelas con éxito creciente, utilizando en ellas diversos procedimientos ejecutados con una gran libertad y un fino cromatismo, que transformaron por completo la práctica hasta entonces habitual entre los artistas. Su dedicación al dibujo le proporcionó, a través de apuntes del natural realizados en cuadernos, un material muy útil para sus cuadros y acuarelas.
Granada (1870-72)
Tras su triunfo internacional, una estancia de más de dos años en Granada proporcionó a Fortuny la tranquilidad que deseaba, lejos de París, en un ambiente de gran belleza que le inspiró un conjunto excepcional de cuadros. Por una parte, su trabajo ante el natural dio lugar a estudios al óleo de figuras desnudas, rincones urbanos, paisajes, jardines y flores, en todos los cuales consiguió una captación nueva del color y de la luz. Por otra, realizó obras más complejas en las que combinó libremente elementos de distintas procedencias para crear espacios nuevos. Pintó en ellos escenas ambientadas en un pasado medieval islámico, renacentista o dieciochesco, y en las que sorprende la convivencia de elementos reconocibles con otros que eran producto de su imaginación. En estos cuadros la calidad de las arquitecturas elegidas como escenarios, enriquecidas con objetos decorativos estudiados en bocetos y dibujos, evoca un mundo maravilloso y ensimismado que el pintor pudo crear en la que consideró la época más feliz de su vida.
El atelier
La actividad coleccionista de Fortuny, comenzada con anterioridad a pequeña escala, se desarrolló entrada la década de 1860, y especialmente tras su contacto con anticuarios, conocedores y coleccionistas. En su estancia en Andalucía obtuvo, guiado por un seguro instinto, obras de arte hispanomusulmán de gran calidad. Se sintió atraído por toda clase de objetos, especialmente armas, cerámicas, textiles, marfiles, muebles y cristales. Entre la variedad de estilos representados destaca el arte islámico, verdadero núcleo de su colección, en la que había también excelentes muestras de artes decorativas italianas y españolas, así como telas, biombos y grabados japoneses. El propio artista, dotado de una gran habilidad, trabajó en la restauración y aun en la elaboración de algunos objetos de apariencia antigua, como la espada incluida en esta sala. La presentación del conjunto en su estudio de Roma, junto a sus propias obras, muestra un ámbito de belleza en el que las calidades, colores y brillos de los objetos fueron motivo de inspiración directa para el propio trabajo del artista.
Los últimos años (1873-74)
Durante los dos últimos años de su vida Fortuny abordó temas árabes que había tratado en años anteriores de manera más sintética y con un dinamismo y una expresividad más marcados, a través de un colorido más intenso y una pincelada más libre. Por otra parte se fijó con interés en algunos motivos de la vida cotidiana, como muestra Carnaval de Roma, de 1873, así como, sobre todo en los meses que pasó en Portici, cerca de Nápoles, en escenas de su intimidad familiar, en las que representó a su esposa y a sus hijos. Durante ese periodo de gran intensidad creativa, su trabajo al aire libre, junto al mar, le llevó a comprender el color local y su relación con la incidencia de la luz, llegando a representar las sombras coloreadas. Al tiempo, desarrolló otras orientaciones, como la inspirada por la estética de Extremo Oriente, en óleos y acuarelas de carácter íntimo, como Los hijos del pintor en el salón japonés. Su inesperada y temprana muerte, que produjo una conmoción en Roma, suscitó un verdadero culto al artista, cuya obra se difundió y fue muy apreciada en los años siguientes.
Fortuny (1838-1874)
Fortuny, nacido en Reus en 1838 y fallecido en Roma en 1874, fue el artista español del siglo XIX con mayor proyección internacional. Su temprano descubrimiento de la luz y el color en los amplios espacios del norte de África impulsó su pintura hacia la captación, libre de convenciones académicas, del natural. Por otra parte, su estudio de los maestros antiguos en Roma y en el Museo del Prado le permitió comprender en profundidad lo esencial de la pintura. El virtuosismo de su técnica, que conseguía reproducir con una intensidad visual nueva las calidades materiales, el color y el brillo de objetos y figuras, le granjeó el triunfo internacional a partir de 1869. Sus estancias en Granada (1870-72) y en Portici, cerca de Nápoles (1874), le llevaron a nuevos hallazgos en la representación de las figuras al aire libre y a asimilar con una originalidad propia diversas influencias, entre ellas la del arte japonés, en las diferentes técnicas que cultivó.
Su aportación a la acuarela, la más sobresaliente de su tiempo, estuvo en la base de la renovación de esta técnica en España, Italia y Francia, y la trató con una nueva libertad de trazo y con un cromatismo intenso. Como dibujante captó con trazos precisos, inmediatos y elocuentes el carácter de cuanto veía. Su novedoso acercamiento al aguafuerte, a través de un trabajo muy atento a los matices y valores de la luz, lo convierte en el mejor grabador de la centuria después de Goya. Finalmente, su actividad como coleccionista, dotado de un ojo prodigioso, le permitió reunir un conjunto extraordinario de obras entre las que destacan las hispanomusulmanas, que fueron una fuente de sugestiones para sus propios cuadros. Instaladas en su atelier junto a sus pinturas, estas obras formaron un ámbito estético que reunía el arte del pasado con la creación viva en un nuevo concepto de estudio, cercano a la obra de arte total, que fue un modelo para sus seguidores.
La preparación de esta exposición ha tenido como base el estudio riguroso de diferentes archivos documentales, nunca antes explorados de manera sistemática. Uno de ellos, adquirido por el Museo del Prado, ha dado lugar a dos publicaciones complementarias, posibles gracias al mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson: el tomo I del Epistolario del Archivo Madrazo en el Museo del Prado y la biografía Cecilia de Madrazo, luz y memoria de Mariano Fortuny.
https://www.museodelprado.es/actualidad/exposicion/fortuny-1838-1874/8216331b-8024-4d46-8a6a-f6ba89095f02
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