20 de noviembre de 2017

Ignacio Zuloaga


Hasta el 7 de ENERO en la FUNDACION MAPFRE.

La exposición en Madrid de Ignacio Zuloaga en el París de la Belle Époque pretende ofrecer una imagen de la obra del pintor de Eibar poco habitual en España. Sin obviar la interpretación tradicional que le une al tópico de la España negra, el recorrido expositivo excede esta concepción y muestra cómo la pintura de Zuloaga (Éibar, 1870-Madrid, 1945) combina un profundo sentido de la tradición con una visión plenamente moderna, especialmente ligada al París de la Belle Époque y al contexto simbolista en el que el pintor se mueve por aquellos años.
Para poder contar esta visión del pintor Ignacio Zuloaga es necesario situar su obra junto a la producción de otros artistas contemporáneos como Paul Gauguin, Paul Sérusier, Pablo Picasso, Francisco Durrio, Santiago Rusiñol, Maurice Denis, Émile Bernard, Giovanni Boldini, Jacques Émile Blanche o el escultor Auguste Rodin, entre otros. La muestra, con más de 90 obras, ha contado con más de 40 prestadores, entre colecciones particulares nacionales e internacionales además de la propia familia Zuloaga, e instituciones como la Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro, Venecia; Museum of Fine Arts, Boston; Musée d’Orsay, París; Musée national Picasso, París; Musée Rodin, París; Museo de Bellas Artes de Bilbao; National Gallery of Art, Washington D.C.; The State Hermitage Museum, San Petersburgo o The State Pushkin Museum of Fine Arts, Moscú.
Ignacio Zuloaga 
Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, 1913. Museo de Bellas Artes de Bilbao .

En 1889, con tan solo 19 años, Ignacio Zuloaga llega a París, por entonces capital mundial del arte moderno. En pintor encuentra una ciudad en plena ebullición cultural, en la que se dan cita las más innovadoras tendencias y en la que pintores, escultores, y escritores experimentan con nuevos lenguajes artísticos que conducirían hacia la modernidad.
El pintor participa activamente de este París de fin de siglo. Al poco de llegar, entra en contacto con Paul Gauguin, Henri de Toulouse-Lautrec, Edgar Degas o Jacques-Émile Blanche y presenta sus obras en los principales salones y galerías parisinos. Asimismo, su obra refleja la influencia de algunos de los movimientos artísticos en boga, como el simbolismo.
La experiencia parisina del pintor Ignacio Zuloaga es fundamental para entender su obra, pues su pintura, a medio camino entre la cultura francesa y la española, excede con mucho los límites que la historiografía tradicional del arte ha establecido, asociando Zuloaga a la generación del 98 y por lo tanto a la conocida como “España negra”, una España de la tragedia, de lo hondo e incomprensible. No obstante, críticos como Charles Morice o Arsène Alexandre, poetas como Rainer Maria Rilke, y artistas como Émile Bernard o Auguste Rodin consideraron la obra del pintor vasco como un referente para el arte moderno.
Fue en este París brillante y dinámico, el anterior a la contienda, centro del gusto artístico y literario, en el que Zuloaga brilló con luz propia, en un camino paralelo y comparable al de muchos de los mejores artistas del momento. Estos años tendrán su punto y final en 1914, no tanto por la trayectoria del propio Zuloaga, que una vez encontrada su propia voz y su lugar en el escenario internacional, seguirá trabajando dentro de unos mismos planteamientos, sino porque el París y la Europa, de antes y de después de la Gran Guerra serán completamente distintos.
/www.fundacionmapfre.org/

8 de noviembre de 2017

Alphonse Mucha




No pintó solo mujeres estilizadas de larguísimos cabellos envueltas en tallos y, aunque lo consideramos uno de los fundadores del Art Nouveau, sus propósitos fueron mucho más que decorativos.
Esa es la cara más conocida de Alphonse Mucha; de su pensamiento manejamos menos datos y puede sorprender a quienes no ven compatible el gusto por la belleza ornamental y la reflexión intelectual. El autor de carteles y envases delicados de estilo todavía copiado fue un defensor ferviente de la independencia checa respecto al Imperio Austrohúngaro y también de la hermandad entre los pueblos, un masón en alto grado atraído por las teorías de Strindberg y también un filósofo convencido de que solo la sabiduría nos salva.
Para descubrir a este Mucha inesperado podemos pasarnos, desde mañana y hasta el 25 de febrero, por el madrileño Palacio de Gaviria, donde el grupo italiano Arthemisia exhibe cerca de 200 obras de este autor checo, la mayoría trabajos que dinamitan el tópico que lo ha convertido en un experto cartelista.
Podemos decir que la representación pasional de la identidad checa y la defensa de su idea de que el arte ha de servir ante todo para construir puentes y unir a las personas son las bases de las creaciones más interesantes de Mucha, que investigó a fondo la cultura autóctona eslava desde la creencia de que un creador había de ser siempre fiel a sí mismo y a sus raíces nacionales.
Esa determinación de respetar sus esencias se aprecia en la primera obra de la exposición, un autorretrato fechado en 1899, cuando se encontraba en la cumbre de su fama, en el que se mostraba con mirada segura atendiendo a un estilo más próximo al impresionismo que al modernismo, sobrio en cualquier caso. Y no es el único retrato austero que veremos, rompedor con el Mucha célebre: esa mirada concentrada, que nos habla de una personalidad sólida, y los tonos neutros, los encontraremos de nuevo al final de la exposición (laberíntica, necesariamente por su sede) en el retrato que realizó de Halide Edip Adivar, líder nacionalista y feminista turca, que, por cierto, mantuvo esos ojos rotundos hasta el final de su vida (googlead y ved).
Tampoco tienen que ver con su estética más difundida los retratos llenos de ternura que realizó de su madre, su esposa y sus hijos, casi evanescentes.
El antes y el después en la trayectoria de Mucha llegó de la mano de su estancia en París desde 1887, dos años antes de la Exposición Universal, cuando la ciudad era capital artística mundial, urbe en ebullición apta para la gloria o el precipicio. Él eligió la primera.
Antes de llegar a Francia, era un pintor académico formado en Múnich; en París recalaría en la prestigiosa Academia Julian, y de aquel periodo se exhiben en Madrid representaciones de cuerpos con ecos renacentistas a veces, dramáticos otras. Pero cuando decíamos que Mucha eligió la gloria nos referíamos a la que le llegó, a él y a su retratada, tras trabajar en los posters de Sarah Bernhardt, diosa del teatro francés durante medio siglo.
Estos carteles tienen poco que ver con los que otros grandes artistas, como Toulouse-Lautrec, realizaban en París por entonces: no son caricaturescos, no hay en ellos dureza, sino sutilidad y colores pastel. Este es, este sí, el estilo que daría a Mucha fama internacional no perecedera, el que le identificaría siempre.
Fijaos en que a la Bernhardt la retrata siempre sobre una plataforma y con un arco rematándola: se trata de una iconografía de evidentes resonancias religiosas. Y algo de eso había: ella suscitó verdadera devoción en Francia, y se la apodó “La Divina”. El pintor contribuyó a encumbrarla en la escalera social (contribuyó, porque el genio de ella y su conocida perseverancia hicieron el resto) y supo idealizar su rostro hasta el punto de hacernos recordar iconos eslavos o bizantinos.

   Alphonse Mucha. Bières de la Meuse, 1897. ©Mucha Trust
Alphonse Mucha. Bières de la Meuse, 1897. ©Mucha Trust






























Antes de dejar de hablar de Bernhardt, diremos que de ella decía Mucha que cada movimiento de su ropa estaba profundamente condicionado por una necesidad espiritual.
Misticismos al margen, en la exposición también tiene sus salas el Mucha publicitario, el que creaba pensando en la gente de a pie desde postulados elevados. Porque no había para él contradicción.
Y si Bernhardt tenía su pedestal, las mujeres de sus carteles propagandísticos se rodean de círculos que favorecen la armonía de la composición y miran fijamente al producto del que son imagen.
Mientras realizaba estas obras, que no son la mayoría de su producción pero es la que más conocemos, innovaba Mucha con otras formas de arte: paneles decorativos sin mensaje comercial, únicamente concebidos para el placer estético con unas proporciones que remiten a las de los paneles japoneses, otra de sus influencias (sabemos que tenía una colección de arte nipón). Entre ellos encontramos algún calendario y representaciones de las cuatro estaciones, obras en las que funde la belleza femenina y la de la naturaleza.
Aunque partidario convencido de la independencia checa, Mucha trabajó -sometiéndose, en algún caso, a la censura- para el Imperio Austrohúngaro, con motivo de la Exposición Universal de París y también para mecenas estadounidenses, ya entrado el s. XX. Hasta que en 1910 regresó a su país, donde de nuevo dejó fluir su lado místico, su amor por lo que Strindberg llamaba “fuerzas internas”. De hecho las representó, más de una vez y más de dos, como figuras misteriosas detrás del tema central de sus obras, a veces a modo de guías espirituales. La belleza lánguida y evidente de las mujeres francesas dejó entonces paso a retratos más sencillos de checas vestidas con trajes populares. Sabemos con certeza que él entendía esas indumentarias tradicionales como “alma de la nación” (también los coleccionó) y es posible que estas mujeres representaran para él inspiraciones espirituales.
Entre las obras fundamentales que cierran la exposición del Palacio de Gaviria figuran las veinte pinturas (en vídeo) que formaron su Epopeya eslava, relativas a acontecimientos de su historia o momentos estelares de su cultura, y el tríptico formado por La edad de la razón, La edad de la sabiduría y La edad del amor, que inició en 1936 y dejó inconcluso al morir, en 1939.
Si en la primera deja claro que no concibe que exista heroicidad en la guerra, dando nuevas pruebas de su humanismo, en la segunda transmite el mensaje de que solo la sabiduría garantiza el equilibrio personal y puede llevar a la humanidad a un estado superior de espiritualidad.



Alphonse Mucha. La luz de la esperanza, 1933. ©Mucha Trust
Alphonse Mucha. La luz de la esperanza, 1933. ©Mucha Trust


NUESTRA VISITA

                                                           









“Alphonse Mucha”
c/ Arenal, 9
Madrid

Del 12 de octubre de 2017 al 25 de febrero de 2018

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