Los ideales de «Hombre nuevo» y de una nueva sociedad significaron el inicio del concepto moderno de diseño y, con él, el desarrollo del denominado Movimiento Moderno. Coincidieron con el crecimiento del consumo de masas, mientras comenzaba a cambiar el modelo de domesticidad, a lo que hay que añadir una intensificación del componente femenino en la definición de los espacios y objetos. Se transformaba el gusto y surgían nuevos materiales y productos tecnológicos.
Esta exposición presenta una mirada a la historia del diseño, principalmente europeo, creado y producido entre 1900 y 1939, y se enfoca en algunos de los principales temas que preocuparon a los diseñadores y a la sociedad de aquel periodo: la búsqueda de una nueva estética basada en el funcionalismo, el racionalismo, y la objetividad; la producción seriada; el diseño de la identidad nacional; la higiene y la salud; o el diseño por y para una nueva mujer. La presencia de la Bauhaus, cuyo centenario se celebra en 2019, resume y subraya los debates de este primer tercio del siglo XX.
Entre los hitos expositivos presentes en esta muestra destacan un prototipo de la silla Barcelona de Mies van der Rohe, la silla rojo-azul de Rietveld, el ventilador de Behrens o la butaca modelo B-301 de Le Corbusier, Charlotte Perriand y Pierre Jeanneret.
A lo largo del siglo XIX y hasta la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), la profesión —todavía joven y sin
clara definición— había estado inmersa en un proceso
de reforma y de modernización estética y
técnica, en el que alcanzaron relevancia,
entre otras cuestiones, la transmisión
de la identidad nacional a través
de los objetos de uso cotidiano, el papel del ornamento,
la mejora de vida de las
clases trabajadoras, la importancia de la belleza para el
bienestar, y la producción artesanal
frente a la industrial.
Sin embargo, a partir de 1918, esos
temas abrieron paso a otros como,
por ejemplo, el derecho de las personas (sin distinción de clase o condición) a disfrutar de una existencia
digna, la adaptación de los objetos
y ambientes a las necesidades de
la vida moderna, y la mejora de las
condiciones higiénicas de la vivienda.
Y es que, tras la
experiencia de la contienda, los artistas, arquitectos
y diseñadores más progresistas habían cambiado de
intereses: estaban convencidos de que, a pesar de
la destrucción que había asolado Europa, se iniciaba
una «gran era» que supondría el fin de la avaricia, la
ambición desmedida, el egoísmo, y el individualismo
que habían originado el conflicto bélico y alimentado
la injusticia social durante siglos.
Esa «gran era» sería el comienzo de un sociedad «nueva», más universal, igualitaria, libre y justa, en la que
surgiría un «hombre nuevo». Los arquitectos y, lo que hoy denominamos diseñadores, querían participar en su configuración, convencidos de que se podía conformar un mundo que fuera mejor en todos sus aspectos. El camino para lograrlo era diseñar y producir objetos, espacios, indumentaria y comunicaciones útiles, bellos —bajo un concepto de belleza basado en la sencillez— y asequibles para el mayor número de personas. Fueron esas las aspiraciones que impulsaron el concepto moderno de diseño. Coincidieron con el crecimiento del consumo de masas, especialmente en países como Gran Bretaña y Estados Unidos, mientras empezaba a cambiar el modelo de domesticidad (con una intensificación del componente femenino en la definición de los espacios y objetos), se transformaba el gusto, y surgían nuevos materiales y productos tecnológicos.
https://www.culturaydeporte.gob.es/mnartesdecorativas/exposiciones/actuales.html
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