Prorrogada hasta el 14 de mayo.
Francisco Pradilla y Ortiz (Zaragoza 1848, Madrid, 1921) fue un pintor español, director de la Real Academia Española en Roma y del Museo del Prado.
Sin apenas estudios, Pradilla entró como aprendiz en el taller zaragozano del pintor y escenógrafo Mariano Pescador, quien le anima para que acuda a las clases de la Escuela de Bellas Artes de San Luis. Recomendado por su profesor, se trasladó a Madrid, donde combinó su trabajo como ayudante en el estudio de los escenógrafos Augusto Ferri y Jorge Busato, con la asistencia a las clases de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado, y estudió a los antiguos maestros en el Prado. Incitado por José Casado del Alisal, primer director de la Academia Española en Roma, que deseaba contar en la primera promoción de pensionados con las mejores promesas del panorama artístico español, optó a la pensión que consigue brillantemente, siendo pensionado en la primera promoción en la Real Academia Española en Roma junto a otros artistas, continuando después su estancia en Roma.
El trabajo correspondiente al tercer año de pensión le supuso un éxito rotundo. La obra titulada Doña Juana la Loca consiguió la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de 1878 y Medalla de Honor, ese mismo año. en la Sección Española de la Universal de París. Este sonoro triunfo le llevaría a recibir el encargo del Senado para la ejecución del cuadro La rendición de Granada, que si bien no resultó tan acertado como el anterior, su difusión le catapultaría a una fama internacional.
La rendición de Granada, 1882. |
Su nombramiento como director de la Academia de España en Roma, sustituyendo a Casado del Alisal, le hizo fijar su residencia en la Ciudad Eterna, donde, emulando a su admirado Fortuny, abrió un estudio al que acudían los más importantes coleccionistas y marchantes de Europa. Pero pronto se percató de que las obligaciones burocráticas y docentes que le exigía el cargo de director de la Academia, le apartaban de su verdadero interés por la pintura.
El abandono de numerosos encargos le llevó a presentar su renuncia ocho meses después del nombramiento. A pesar del desastre económico que le supuso la quiebra de la banca de Ricardo Villodas, donde tenía depositados sus ahorros, Pradilla siempre reconoció que esos diez años vividos en Italia, alternando su trabajo en Roma con los veranos pasados en las Lagunas Pontinas de Terracina, fueron los más felices de su vida. El nombramiento como director del Museo del Prado en 1896 y su obligado regreso a España, rompieron esa época feliz a la que nostálgicamente Pradilla regresaría a menudo.
La reina doña Juana la Loca en los adarves del castillo de la Mota, 1876, |
Pintada a sus veintinueve años (1877), La reina doña Juana la Loca en los adarves del castillo de la Mota, significó, además de la inmediata fama internacional para el artista, la más soberbia plasmación plástica de un tema que obsesionaría al pintor durante toda su vida y que resume -quizá mejor que cualquier otra pintura histórica del antepasado siglo- todos los ingredientes del género, tanto desde el punto de vista formal como en su concepto.
En efecto, el lienzo despliega la más bella visión romántica de la figura de la reina Juana I de Castilla (1479-1555); personaje en cuya historia se reunían, bajo la alta dignidad de su condición regia, aspectos tan especialmente atractivos para el espíritu decimonónico como la pasión arrebatadora de un amor no correspondido, la locura por desamor, los celos desmedidos... Ejecutado con la extraordinaria maestría plástica de que Pradilla hizo gala a lo largo de toda su vida, es sin duda alguna uno de los cuadros más cautivadores e impactantes del género; razones en las que reside buena parte de su bien merecida fama y del clamoroso éxito con que fue acogido en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878.
Detalle de la obra. |
La joven reina centra la composición dominando poderosamente la escena: erguida en pie delante de su sencillo asiento de tijera cubierto por un almohadón. Viste traje de grueso terciopelo negro, ocultos sus cabellos con tocas, como corresponde a su condición de viuda. Con la mirada completamente enajenada, el perfil de su vientre acusa su avanzada gestación de la infanta Catalina de Austria (1507-1578), y muestra en su frágil y menuda mano izquierda las dos alianzas que testimonian su viudedad. Impasible al frío estremecedor del desolado paraje en que se ha detenido la comitiva, apenas sofocado por la improvisada hoguera prendida junto a ella, la soberana vela el féretro de su amado esposo, que había muerto el 25 de septiembre de 1506.
El ataúd está adornado con las armas imperiales y colocado sobre unas simples parihuelas, cuyos asideros muestran el brillo de su desgaste por el uso, flanqueado en su cabecera por dos grandes velones mortuorios, a punto de apagarse por la fuerte ráfaga de viento que sopla en el paraje, levantando en la hoguera una gran humareda. Sentada junto al catafalco, una dueña joven, con un breviario abierto en su regazo, contempla vigilante a la reina con resignada paciencia, mientras un monje de hábito blanco, arrodillado a su lado, con su rostro barbado prácticamente cubierto por la capucha, lee en voz baja una plegaria empuñando un cirio.
A la derecha de la reina, resguardados al calor del fuego y apostados junto al tronco desnudo de un árbol, los miembros de su Corte que la acompañan en tan fúnebre travesía descansan de su fatigado camino, reflejándose en sus rostros una mezcla de cansancio, aburrimiento y compasión por el desvarío de su soberana, a la que contemplan con expectación dos cortesanos en pie y otra de las damas, vestida con un lujoso traje brocado.
Al fondo puede verse la silueta del monasterio, escenario de la ira de doña Juana al saberlo regentado por monjas, por eso no permite que descanse allí el cuerpo de su esposo; y en el extremo contrario aparece el resto de la comitiva regia, todavía formada, aproximándose al lugar bajo las luces del último atardecer, envuelto en un cielo completamente encapotado.
Pradilla demuestra en esta pintura su habilidad absolutamente maestra en la utilización escenográfica del espacio exterior y su sentido rítmico y perfectamente equilibrado de la composición, estructurada en aspa y envuelta en la atmosfera del paisaje abierto en que se desarrolla el episodio. Junto a ello, su puesta en escena está resuelta con un especial instinto decorativo en la representación de los diferentes elementos accesorios -huella todo ello de su formación juvenil junto al pintor escenógrafo Mariano Pescador-, así como en el tratamiento de las indumentarias y, sobre todo, de los elementos orográficos y atmosféricos que refuerzan la tensión emocional del argumento, subrayada por la intensidad expresiva de los personajes.
Todo ello está interpretado con un realismo intenso, una ejecución segura, atento al dibujo definido y riguroso pero de técnica libre, plenamente pictórica, con la que este maestro consiguió un lenguaje plástico enteramente personal, que llegaría a ser bautizado en la época como estilo Pradilla; reflejo en realidad del realismo vigente en el género histórico en toda Europa en el último cuarto del siglo, y que a partir de entonces siguieron incondicionalmente la mayoría de los pintores de historia de esos años.
Con posterioridad a la crisis del 98 hubo un resurgimiento muy específico de la pintura de historia, con un carácter casi de reconstrucción de ambientes del pasado. Pradilla era el artista más dotado para ello por su virtuosismo y logró plasmarlos de un modo sorprendentemente vivo en obras como La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas, con su hija, la infanta doña Catalina (del que existen dos versiones en el Prado de 1906 y 1907) y en el Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla (1910).
Tanto el lienzo de La rendición de Granada, que aquí aparece a continuación, como el de Doña Juana, de las imágenes anteriores, reflejan el máximo esplendor de la pintura de historia. Sus asuntos transcurren en el periodo de finales del siglo XV y principios del siglo XVI. Esa época reproduce la mayor parte de la producción posterior del artista relacionada con el cuadro de historia.
La rendición de Granada, 1882. |
Lavanderas 1887. |
Mercado de Noya. 1889. |
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